No hay que confundir las necesidades del alma con meros deseos o fantasías, ni lo esencial con lo superfluo. Necesitar individualmente o como sociedad, significa que la carencia de aquello que necesitamos nos llevaría a perecer, de modo que el alimento para la vida del cuerpo es el paradigma de la necesidad más perentoria.
A imagen de esta necesidad vital básica se puede pensar, según la filósofa Simone Weil (1909-1943), en necesidades espirituales? Estas reflexiones se encuentran en su libro L´enracinement Echar raíces ( 1943) , escrito poco antes de morir en el tiempo de la Francia ocupada con el fin de constituir un programa político, ético, y, me atrevería a decir pedagógico, de resistencia y esperanza.
En alguna otra ocasión he señalado las sorprendentes coincidencias del primer capítulo de esta obra con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Anticipándose a dicha declaración y sin ninguna vinculación política institucional ni partidista, propone la autora una tabla de deberes universalmente detectables (al modo de Kant) a partir del diagnóstico de las necesidades espirituales básicas.
Cuando S. Weil apela a la consideración de las necesidades del alma está pensando seguramente en sus alumnos adolescentes, obreros y campesinos pobres del sur de Francia, con cuyas familias necesitadas llegó a compartir salarios, revueltas y trabajo, tanto en el campo como en las fábricas. No creo que haya muchos pensadores de los que se pueda decir, como de esta mujer, que hicieran de su filosofía una forma de vida.
Me venían a la mente sus ideas, cuando este fin de semana escuchaba a jóvenes estudiantes de toda España, de secundaria y bachillerato, reflexionar y debatir sobre la libertad de expresión, sobre ciencia y filosofía, necesidades y deseos, obligaciones y derechos, respeto y compasión por el rostro del otro, verdad y apariencia, las nuevas tecnologías, la manipulación de los medios, la vulnerabilidad de nuestras democracias. Con seriedad y atrevimiento han hecho oír sus voces apasionadas y entusiastas en la I Olimpiada Filosófica a nivel nacional, reclamando un saber que alimente, un conocimiento que oriente, una investigación que no se venda a intereses económicos, un método de estudio que no rompa el tejido unitario de las diversas disciplinas, han clamado, en fin, por un horizonte de esperanza en su formación.
Los claustros del magnífico edificio histórico de nuestra universidad han resonado con los ecos de ese sentir joven, nuevo pero no inocente, inquisitivo pero no escéptico, buscador pero no codicioso. Nos han hecho partícipes, a profesores, padres y amigos, de su afán por querer saber, pues, como indica S. Weil, no saber nos desarraiga, nos arranca de lo nutriente, nos hace más vulnerables, y susceptibles de sucumbir a cualquier ideología, ya sea violenta o consumista. Querer saber expresa el deseo de orientarse en la vida y en el mundo, para entrar a participar activamente en una ciudadanía crítica y solidaria. Querer saber es lo contrario del pasotismo y el adocenamiento que caracterizan otras movidas juveniles? Es estar despiertos y asumir riesgos: la duda, el engaño, la frustración, el éxito fácil, etc. Mientras que la ausencia de riesgo debilita el ánimo y destruye la capacidad de reacción al tiempo que acrecienta el miedo; en el otro extremo la falta de seguridad, señala la filósofa judía, nos llevaría a la fatalidad y a la desolación. La falsa cultura y el dinero son desenmascarados como los peores venenos que amenazan con destruir las ávidas raíces del alma joven en busca de su alimento espiritual, es decir, que matan el verdadero deseo de saber y conocer. Mas no habrá esperanzas de satisfacer en un pueblo el hambre de verdad si no se encuentran personas que amen la verdad. Estos jóvenes que se preguntaban si se puede vivir sin filosofar o se planteaban complejos dilemas en torno a la libertad de expresión en una sociedad compleja y multicultural, han sido para los que escuchábamos una invitación a la responsabilidad y a la coherencia como educadores.
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