Dícese de los Pastores, aquellos que miran y cuidan por su rebaño. Dícese de ellos, que aunque su cultura no sea facultativamente universitaria, su inteligencia y generosidad va más mucho allá de los confines de quienes cuidan.
Esa mañana me había levantado, como cada mañana. Siempre vivía (en honor a la verdad, como me pasa ahora), en continua batalla matutina con el despertador, dándonos repetidas treguas a fin de no coincidir en el mundo de los vivos.
Casi amaneciendo, la maquinilla se deslizaba con cierta torpeza por mis gestos entonces barbilampiños. La luz del cuarto de baño exigía cerrojo a mis ojos, ya rasgados de por sí. A la derecha una ventana de un sexto piso por la que cada mañana veía máquinas y hombres, hombres y máquinas construyendo lo que en aquel entonces concebíamos como un futuro mejor. Era un 11 de marzo de hace ya una década y vivía desde hacía tiempo, como muchos jóvenes, una especie de expatriación capitalina ante la impotencia e incapacidad de nuestra querida ciudad para proveernos del buen bien llamado trabajo. De repente suena un tremendo estruendo, una pequeña herida se dibuja en mi cara. No pasa nada pensé, habrá sido como cada mañana, una de esas horrendas máquinas que labraban nuestro futuro y que por azar del destino, me procuraba entonces un pequeño corte.
No tardé en embutirme mi sofisticado mono de trabajo, café deprisa. Ni siquiera pude ver las noticias de primera hora. Camino al metro de Valdebernardo (barrio por aquel entonces a medio construir y a escasa distancia del metro de Santa Eugenia), la gente me pareció diferente, sus ojos diferían enormemente de los míos en tamaño, sus piernas apenas se arrastraban. Sus gestos estirados me hacían pensar que era fruto de una fría pero soleada mañana de 11 de marzo de 2004.
Entrar en el metro, significó para mi torpe cerebro matutino, el acelerado proceso de atracción a una realidad que entre sueño y perplejidad no traducía bien lo que estaba pasando. Recuerdo que pregunté a una señora y no me contestó, recuerdo que corrí a la taquilla y me indicaron que me diera prisa que iban a cerrar la línea. El vagón fue más lento, silencioso y cargado de gente de lo normal. A la salida, y durante el camino hacia la oficina flotaban en el ambiente ojos ensanchados que decían todo sin decir nada.
Ya en el trabajo, primeras noticias todavía enredadas a base de opiniones. Nóminas, contabilidad y reunión con el comité de empresa, por primera vez desde hacía mucho tiempo, podían esperar. Después, ya sabemos todos lo que pasó.
Años antes, nuestros Pastores, se encargaron de hacernos entrar en guerras injustas e ilegales a pesar de que el balido del rebaño fue rotundo y unánime. Durante años, los mismos Pastores se encargaron de introducirnos en aquella burbuja que hipotecó la vida de muchos de nosotros. Después de años, mentira tras mentira, lograron esquilar al rebaño y cubrirse con sus lanas. Dejaron a la gente desnuda y desprotegida.
Esa fría pero soleada mañana de marzo, entendí que ese estruendo matutino había aniquilado parte de nuestras vidas. Y daba igual que fueran bombas, y daba igual que fueran máquinas,?