Discúlpenme este tramposo título para hacerles picar y por ende picar (léase clicar que mi ordenador ya no subraya en rojo lo que me hace pensar que está ya aceptado por la RAE) en mi parcela de opinión pero tras las alarmas saltadas con la encuesta sobre el consumo de alcohol y otras drogas que vio la luz hace unos días quisiera comentar alguna cosilla. Me refiero al estudio que un año más ha movido las conciencias y las páginas de la prensa se refería al consumo de alcohol entre, y lo recalco, los estudiantes de secundaria. La encuesta, cuyo cuestionario y resultados se pueden encontrar en la página del Plan Nacional sobre Drogas, se denomina ESTUDES y en realidad muestra los datos de los jóvenes de entre 14 y 18 años. Y aquí es donde yo me rebrinco.
No sé qué relación tiene alcohol y consumo de drogas con alumnado de secundaria que asiste a clase por las mañanas salvo el hecho de que la toma de datos se ha hecho en los centros educativos pero sólo porque están allí todos juntitos y es fácil preguntarles sobre cualquier tema. La escolarización es obligatoria entre 6 y 16 años y hay mucho alumnado (los que han repetido alguna vez, precisamente los peores estudiantes) que se mantiene hasta los 18 cursando la ESO, además de que el Bachillerato se extiende luego dos años más. Es decir estamos hablando de prácticamente la totalidad de los jóvenes españoles (salvo feriantes, hospitalizados, temporeros,?). Quiero decir que le encontraría sentido al título de la encuesta si les hubieran preguntado cuánto beben en el instituto pero enunciado así te hace pensar en que llevan la cerveza en la mochila y que hacen los deberes enarbolando una litrona en vez de un lápiz, digo un ipad, perdón, que no quiero parecer un anticuado.
No es que no sea interesante saber en qué emplean su tiempo libre, es un decir, mis alumnos y alumnas pero la identificación entre joven y estudiante conlleva un sutil fenómeno de hiperresponsabilización para los centros educativos quedando así libres de pecado, digámoslo de esa manera, no sólo los padres, sino los que regulan sobre la venta de alcohol o los que permiten publicidad o los que tendrían que ofrecer a los jóvenes un futuro más halagüeño. En el cuestionario se llega a preguntar a los encuestados si han recibido información o si han trabajado en clase (sic) el tema. Y es aquí donde yo introduzco el concepto alumno. Es verdad que los alumnos pasan horas en las aulas y pasillos y patios de recreo pero en clase (sic) la responsabilidad es enseñar. También formar personas, se me dirá inmediatamente, desde luego, y así lo asumimos. Les aseguro que hemos suscitado debates, analizado noticias de prensa sobre accidentes de tráfico, valorado efectos negativos sobre el organismo, y mil cosas más aparte de echarles admoniciones sobre lo malo que es beber, motivo por el cual ellos piensan que si sus amojamados profesores les dicen eso es que debe ser genial. A nosotros nos ven como enemigos mientras la realidad la verán en la tele o se la contarán sus amigos.
Es un problema social, no escolar. Pero como se pregunta en el cuestionario si se ha repetido algún curso sesudos estudiosos también concluyen que beber les hace sacar peores notas por lo que el alcohol hasta influye en el fracaso escolar. Confunden la simultaneidad con una relación de causa-efecto. Es claro que alumnos que pasan largas horas emborrachándose por la noche no obtendrán demasiados buenos resultados (alguna sorpresa habría) pero, ¿no obedecerían ambas variables, el rendimiento y el consumo, a otra causa ajena a ambas? Por otra parte no se cruzan los propios datos de la encuesta pues mientras refleja que ahora beben más las chicas que los chicos no se pone en correspondencia con el hecho de que ellas sacan, en general, mejores notas.
En fin, la formación de nuera identidad personal está inscrita en el contexto en que nos toca vivir y ahora mismo para nuestros adolescentes el rito de iniciación será ser vistos borrachos por primera vez. En un excelente libro de Nicholas Humphrey, La mirada interior se especula con que lo que nos hizo superiores a los otros animales no fue la bipedestación o el pulgar oponible ni el lenguaje sino la que se podría llamar capacidad de mirar dentro de nosotros mismos y que procede de una llamada inteligencia social: la capacidad para interpretar las señales de los otros, para aprender a entendernos entendiéndolos a ellos primero. Ese "otros" que nos rodea es lo que hace que los adolescentes estén repitiendo comportamientos que han visto a sus hermanos mayores, a sus semejantes, que ven en televisión, que les permite sentirse aceptados y no tiene que ver con que seis horas al día asistan a un centro educativo.
No puedo resistirme a contar una anécdota que viví personalmente en un local de comida rápida (¿qué quieren?, también de cuando en vez recalo en ellos). En la mesa de al lado un adolescente guapetón intentaba, supongo, camelarse a una compañera que parecía haber tenido algún desencuentro con una profesora: "los profesores, pequeña, -le decía mientras le pasaba una mano protectora por los hombros- es que no tienen vida interior".
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