Para aquellos que aún no la hayan visto, la última película dirigida y protagonizada por George Clooney narra la historia de un grupo de eruditos, especialistas en Arte y Arquitectura, alistados en el ejército y reasignados en un comando nada convencional que son enviados a Francia, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, para tratar de recuperar todo el Arte robado por los nazis. La fascinante misión de los Monuments Men les lleva a viajar por Europa central inspeccionando catedrales, rebuscando en vicarías, interrogando a lugareños con el objetivo de desentrañar la red del expolio nazi, oculto en minas y castillos.
Junto a George Clooney un fantástico elenco de actores como Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin o la recientemente oscarizada Cate Blanchett, dan vida a un grupo de valientes que están dispuestos a sacrificar todo para salvar los mejores logros históricos del hombre, para liberar lo mejor que ha concebido la Humanidad: el Arte. Estupenda la secuencia en la que G. Clooney habla de la importancia de rescatar el Arte, de salvar la cultura, la Historia y los logros de la Humanidad.
El film traslada muy bien la emoción de esos oficiales del ejército de EE.UU que se adentraron en la oscuridad de las minas de Altausse en Austria, con lámparas de acetileno sabiendo que estaban a punto de descubrir la mayor guarida del arte robado por los nazis. Como si de un relato de las mil y una noches se tratara, ante los ojos del espectador se desvela un impresionante almacén, escondido bajo tierra, repleto de obras de incalculable valor, entre ellas los doce paneles del Políptico de Gante de Jan Van Eyck, el astrónomo de Vermeer, un autorretrato de Rembrandt o la soberbia Madonna de Brujas de Miguel Angel. Maravillosas obras que como escribía George Bellows "tornan la vida más interesante o bella, más inteligente o misteriosa, o probablemente, en el mejor sentido, más maravillosa".
La cinta transforma en imágenes el libro de Robert M. Edsel titulado: The Monuments Men, la fascinante aventura de los guerreros del arte que impidieron el expolio nazi. Publicado en España por la editorial Destino en el 2012. Se trata de un magnífico relato a partir de los archivos y la propia correspondencia de los auténticos protagonistas: George Stout, James Rorimer, Robert Posey o Walter Hancock, los "Monuments Men", un apodo típicamente norteamericano para describir a los integrantes del MFAA (Monuments, Fine Arts and Archives) que después de más de dos años arrastrándose con el ejército desde el desembarco de Normandía (1944), evaluando daños, proponiendo reparaciones, evitando cuando era posible el bombardeo de lugares artísticos para que nunca más pasara lo que ocurrió con la abadía benedictina de Montecassino en Italia, intentan localizar obras desaparecidas hasta que descubren el lugar más preciado del saqueo sistemático del Tercer Reich, el lugar donde se apilaban las obras que formarían parte del frustrado Fürhrermuseum con el expolio de colecciones privadas y nacionales, tanto de los ciudadanos judíos como de los países conquistados de casi toda Europa. El mayor robo de la historia, aún sin resolver, pues todavía en el pasado mes de noviembre aparecieron en un apartamento de Munich unas 1.500 obras del expolio nazi. Obras de Picasso, Matisse, Klee, Munch, etc.. que habían permanecido escondidas en manos de Cornelius Gurlitt, hijo de Hilldebrant, uno de los marchantes de arte a las órdenes del ministro de propaganda Joseph Goebbels.
Monuments Men, además de ser una película de guerra narrada al estilo de las viejas películas del género como La gran evasión o Un puente lejano, es una aventura de valor y amor por el arte en mitad de una guerra que asoló Europa. Un canto a la emoción que encierra la contemplación de una obra de arte, la sorpresa, el desagarro del corazón, el estremecimiento, la fascinación ante los prodigios creados por los artistas con el deseo de maravillar los ojos del espectador a través de las barreras del tiempo y el espacio. Y es un director y actor norteamericano el que nos tiene que recordar a los europeos que el Arte es un artículo de primera necesidad, como el pan, el vino o un cálido abrigo en invierno. Quienes creen, aún, que representa un lujo poseen una mente fragmentada. Como decía Irving Stone, "el espíritu del hombre siente hambre de arte lo mismo que su estómago gruñe por la comida".