, 05 de enero de 2025
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Los Nadies, de Antonio Soto y Marcelo Gatica, con Eduardo Galeano poniendo el dedo en la llaga
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Los Nadies, de Antonio Soto y Marcelo Gatica, con Eduardo Galeano poniendo el dedo en la llaga

Antonio Soto es un pintor vasco (Bergara, Guipúzcoa, 1964), que vive en el pueblo cordobés de Montemayor. Y aunque sus pies están puestos en el Sur (y su corazón en la Cruz), desde allí, gira y gira su mirada (su emoción, quiero decir, su solidaridad, su conmoción ante el drama de los prójimos). Así es como abarca el planeta de los desposeídos, explotados, desahuciados? es, decir, la inmensa mayoría de la población mundial.

Su compromiso con el ser humano que sufre injusticias le viene dado por la lectura integral que ha hecho del Evangelio de Jesús. Él no tiene vergüenza al decir que sigue a Cristo, pero lo suyo está muy lejos de esas hipocresías que tanto abundan entre quienes se dicen 'cristianos' (sean de una confesión u otra, que para estos efectos mucho se semejan), pero que usualmente sólo están atentos a sus egos, a sus postureos religiosos, a su espiritualismo celestial, a su proceder como modernos fariseos que van rápido hacia el templo sin volver la mirada a los costados, donde están los excluidos. Ni regulares samaritanos son?

Antonio Soto delante del retrato de Ramón, un sin hogar español.

Antonio Soto delante del retrato de Ramón, un sin hogar español.

Soto viene colaborando, desde hace años, con ONGs que trabajan con inmigrantes o en la propia África (por ejemplo, con Emsimisión, una ONG de médicos que trabajan en Burkina Faso. Dona parte de lo que obtiene con la venta de sus obras; se implica en campañas de sensibilización, especialmente en colegios e institutos, lugares propicios para despertar conciencias ante la inmensa desigualdad que propician los poderosos.

Esto lo ha hecho antes. Esto lo viene haciendo ahora, con mayor entrega, si cabe. Y es que acaba de publicar un hermoso libro (no sólo porque es un bello volumen), donde reúne 15 pinturas, retratos de niños sometidos a abuso infantil, a los traumas de los conflictos bélicos, bien como víctimas directas o como niños-soldados; retratos de personas sin techo de aquí mismo, inmigrantes que llegan en pateras o no pueden cruzar las vallas? Los Nadies (2013, pp. 62, con magnífico diseño gráfico de Elena Blanco) se llama este libro, como la colección de pinturas, como el poema de Eduardo Galeano en el que se inspiró para realizar esta serie de obras tan conmovedoras. He aquí el poema de Galeano, extraído de "El libro de los abrazos":

Los Nadies

Sueñan las pulgas con comprarse un perro

y sueñan los nadies con salir de pobres,

que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte,

que llueva a cántaros la buena suerte;

pero la buena suerte no llueve ayer,

ni hoy, ni mañana, ni nunca,

ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,

por mucho que los nadies la llamen

y aunque les pique la mano izquierda,

o se levanten con el pie derecho,

o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados,

corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal,

sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Portada del libro.

Portada del libro.

En el libro hay textos en prosa de Juan Francisco Muela, Lidia Casas, David Tapia, Tirsa Tapia Zamora, Elena Carnona, Marcos Ana o Samuel Díaz-Pinto Montoro. También del propio pintor, quien, además inserta un par de poemas suyos.

Para adquirir el mismo y para entrar en contacto con Antonio Soto, puede visitarse esta dirección: http://www.antoniosoto.org/esp/nadies.htm

2.

Ahora bien, el cuaderno central, a modo de encarte, está constituido por un cuaderno poético escrito especialmente por Marcelo Gatica, otro poeta al no le arredran las antípodas. Nacido al sur del sureño Chile (Cauquenes, 1976), estos últimos años ha vivido en Salamanca, Tallin y Luxemburgo. Por ejemplo, en la capital de Estonia, en las antípodas de su patria, se casó con la filóloga Helina Aulis (a quien conoció en Salamanca, en la Iglesia de Paseo de la Estación). Allí, fruto del amor y del mestizaje, nació una bella criatura llamada Lukas.

Ahora de nuevo está en Luxemburgo, mientras culmina su tesis para obtener el doctorado en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Aquí, en la dorada capital del Tormes lo conocí, y aquí me parcialicé con su poesía. Siempre me parcializo con la excelencia, con la savia poética que conmueve y vivifica: la obra de Marcelo Gatica ha sido madura desde su juventud, algo inusual, salvo en los poetas-poetas que nacen para escarbar en el prematuro caos. Detenta un lenguaje ígneo con el cual va esperando el prodigio, como danzando dentro de lo que oprime, como siendo partícipe de un vértigo maravilloso: lo suyo no es toser o eructar sobre los profetas menores; tampoco contrariar la sintaxis de la magna Revelación, del Apocalipsis con noticias ya desembalsamadas.

Respecto a la obra poética de Gatica escribí hace algún tiempo: "El buen Marcelo ha frotado y unido los soplos y las carnes de cada versículo de la Palabra, para, después de entrañarlos espiritualmente, devolverlos como exquisita ofrenda enamorada, nadando en el corazón de los creyentes, cual versos nunca famélicos: Grato reencuentro con Salomón y su semáforo de sabiduría: estupenda encomendación junto a Miqueas: versos puestos al servicio del Trono de la inocencia. Veamos una esquirla de algo escrito tiempo atrás, suerte de poética magnetizada por un éxtasis que no enloquece, porque atraviesa centurias y porque sólo afloja su rienda al encuentro de Dios".

Y es que ahora Marcelo Gatica, otro cristiano realmente comprometido con el Evangelio sin sesgar, con toda la enseñanza de Jesús para con los más desprotegidos, ha puesto su poesía al servicio de la pintura de Soto: fértil connubio, como antes, como siempre: dos lenguajes que comunican una verdad, que enseñan belleza, cierto, pero que también claman. En el cuaderno hay siete poemas, siete miradas a distintos dramas retratados por el pintor vasco. Aquí les dejo con cuatro de ellas:

Charo. Los Nadies.

Charo. Los Nadies.

CUATRO MIRADAS QUE CLAMAN ANTE LA LLAGA

A SHIRKAM

La prima ha rozado los 540 puntos.

Las pérdidas Facebook desde que salió a la bolsa alcanzan a un 24%.

Si paramos la liga perjudicamos a un 85% de los jugadores.

Gol del niño Torres a los 11 minutos. España 4 Corea del Sur 1.

Un retrato de la amante de Piccaso Dora Maar, subastado por 6,3 millones de euros.

Soy el 132, universitarios mexicanos protestan contra sistema-televisivo-político azteca.

Dictamen 50 años para Taylor, ex-presidente de Liberia,

llamado el señor de la guerra y de los diamantes en sangre.

(Último subtítulo de un telediario de mayo de 2012)

En la danza de los números y las cifras

no hay traducciones, y las palabras circulan como mercancías,

estallando en diminutos fragmentos.

El último subtítulo se expande en la memoria

de hombres que nunca pudieron ser niños:

miles de criaturas atravesadas por el hierro,

miles de sueños que estallan en el desierto verde.

Alejados en una esquina silenciosa de GOOGLE.

El reino de Firestone se avista gracias a la inocencia televisiva

del diamante de Noemí Campbel,

quien moduló cinematográficamente

- sólo recibí unas piedras pequeñas y sucias.

Pausa:

Una granada late como un corazón

en las mano de otro niño.

No hay cuadernos, no hay columpios, ni cometas

que abran las nubes.

Un entrenamiento:

Es muy distinto jugar a matar desde

una pantalla plana.

En el desierto verde

se confunden 1.000.000 de aullidos maternos

con el vértigo que produce disparar a la realidad.

Hay un punzante sol pero hace frío cuando recuerdo

el diamante con la sangre del cuerpo congelado.

Y aunque mis manos se mezclan con sus manos,

es decir, la misma carne destinada

a la nada verde

cierro la ventana para salir

a pescar nuevos recuerdos.

Shirkam.

Shirkam.

A CARLOTTA

Despierta el jardín de Gramacho

Amanece el oleaje de sus gigantescos cerros

de bolsas de colores.

Aterrizan un hormiguero de buitres;

bestias negras que compiten con los catadores

por presas de aluminio y alimentos

extinguidos.

Mareas de camiones abren sus fauces

entre millones de mosquitos

y el olor a mierda

que son el pan de cada día.

Somos cazadoras

amazónicas de plástico dice ? mi madre

Entretanto mi padre carga

cientos de cables de computador

como si fueran serpientes

eléctricas.

Aunque vivimos

entre los escombros de la ciudad

nos hicimos visibles

en un documental artístico

de Vik Muniz.

Apagada la cámara

El jardín se convirtió

en un bello monstruo.

Quizás,

por la oda a la basura del pintor

Quizás,

porque de alguna manera extraña

también reciclamos las miserias humanas.

5 (2)

A ASUR

Cámara en mano

se busca el fragmento preciso,

un trozo de carne de exhibición.

Desde el Cáucaso

la imagen se multiplica en las redes

en los gráficos que poco o nada

tienen que ver con lápices y columpios.

Mientras,

un niño soldado lanza una botella vacía

pensando recuperar

las montañas o alguna camiseta de Mesi.

Asur.

Asur.

A MOUNIRA

La oscuridad de la luz

cae sigilosamente sobre las

campanas de la iglesia.

Mis manos palpitan

el sonar de los trayectos humanos

que siguen vibrando en las

huellas de la calle.

A cada día un color

A cada color un vibración

A cada vibración una voz.

Después de años y colores

vertiginosos.

Mounira

Mounira

Un bing-bang:

se hace la luz y emerge

la voz de los colores.

Aquel sonido

crepuscular de una nube,

el momento exacto de cuando se sumerge

el sol en el horizonte,

el contacto de la abeja en el centro

gravitatorio de una flor.

La sinfonía silenciosa de la sonrisa

de mi abuela,

el zigzag del columpio, la puerta

y la ventana,

el salto en paracaídas de una estrella fugaz

y la sensación celeste de escuchar Mounira.

Mi nombre es África.

Mi nombre es África.

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