La infancia feliz es un mito de nuestro tiempo, adornado y vendido con éxito en las sociedades prósperas y consumistas, el niño mismo como objeto de deseo y hasta de lujo? Pero esto no fue siempre así, estudios psico-históricos lo avalan (Lloyd DeMause, Historia de la infancia) La infancia como tal se inventó al tiempo que se empezó a extender la ilusión del progreso y se fue implantando en las sociedades desarrolladas la idea de la educación universal (como inversión rentable).
Para conocer la infelicidad de la infancia baste acudir a algunos testimonios del mundo antiguo donde el infanticidio estaba permitido, pero mucho más ilustrador será sumergirse en los cuentos "de hadas", allí, bajo fantasías encubridoras hallaremos realidades aterradoras: niños devorados, abandonados, arrojados a pozos y abismos, niños cocinados (Hansel y Gretel).
Ilustración e industrialización, progreso y escolarización, nacen juntos. La escuela, que apenas existe como tal desde hace dos siglos, ha permanecido casi inmutable, anclada en los prejuicios con los que nació, aherrojada en las estrechas miras utilitaristas y positivistas de adiestramiento y productividad con las que, salvo honrosas excepciones, se proyectó.
La escolarización, con todo su engranaje burocrático-didáctico, reproductivo y nada creador, está en crisis. Me pregunto si no lo habrá estado siempre, desde que en su proyecto occidental inicial se alió con los poderes públicos para domesticar al pequeño salvaje "infans" -el que no habla y tampoco produce- que es el niño. De fuerza de trabajo en las sociedades agrícolas pasó a ser inversión económica en las sociedades liberales-burguesas. Socialización y escolarización van juntas y permanecen indisolublemente unidas, en tanto son beneficiosas para el sistema y lo perpetúan. Mas cuando éste entra en crisis, fracasa, se agrieta, no gana al ritmo de la codicia insaciable, vuelve a surgir la inquietud: ¿para qué la escuela? ¿educación o instrucción? ¿qué enseñar? ¿cuánto vale y cuánto cuesta (el currículo, el diploma)?
Algunas voces con acento propio han criticado hasta la saciedad este sistema de domesticación más parecido a una granja de Orwel o a una caja de adiestrar ratas de Skinner que a una asociación de espíritus libres en diálogo y constante búsqueda de la verdad al modo socrático.
Taylor Gatto, maestro a lo largo de 30 años en los suburbios de Nueva York, laureado varias veces como maestro del año, por haber conseguido algo bueno de niños desahuciados, abandona la enseñanza oficial y se dedica a criticar la escuela como anquilosante y anquilosada institución, perpetuadora de prejuicios en lugar de educadora o promotora de verdadera inteligencia y creatividad.
Lean algunas de sus propuestas:
Aleje a los niños de los asuntos del mundo, clasifíquelos por edades, vuélvalos adictos a la maquinaria; escalone, evalúe y asesore constantemente?,cree una falsa meritocracia, prohíba la transmisión eficiente de cualquier conocimiento útil, saque toda religión de sus vidas, excepto la religión oculta del consumo y los programas de refuerzo, etc. Ah, que les suena esto. Claro, es precisamente lo que estamos haciendo. Esta es la receta para hacer niños vacíos y dependientes, "si quiere cocinar niños completos, sólo siga los pasos contrarios a la fórmula"
Como en el cuento de Hansel y Gretel, los niños son expulsados del seno familiar y en medio del intrincado bosque de una sociedad compleja y ajena, aparece el refugio de la escuela, maquillada de colorines seductores para el pequeño goloso de entretenimiento y sus confiados progenitores, pero ésta encierra una bruja devoradora y cocinadora de niños? Una pedagogía burocrática y desalmada que succionará cualquier aliento original en los pequeños. Algunos, "duros de pelar", saldrán del sistema, los más dóciles se dejarán conquistar por toda clase de golosinas intelectuales, didácticas o dialécticas, pero solo algunos avispados guardarán el vigor suficiente para cocinar a la bruja, y deshacer el hechizo alienador de la escuela "transmisora de valores", de ideología y contra-ideología, de prejuicios y beneficios en forma de calificaciones y diplomas que perpetuarán las ansias de dinero y de poder.
Porque, como ya señalaron hace tiempo Paulo Freire y Simone Weil, las notas tienen para los estudiantes el mismo valor que el dinero, y el dinero, puntualiza la segunda, corrompe las raíces de todo aquello donde penetra (sobre todo si esas raíces son las delicadas venas del alma infantil).