La religiosidad popular, tantas veces postergada por la Teología, encierra una gran cantidad de valores desde el punto de vista antropológico. También desde la pastoral, aunque no sea el asunto que hoy nos ocupa. Su importancia radica en las posibilidades que ofrece para la comprensión de la cultura del pueblo que la ha generado. No en vano se nos presenta de manera mucho más espontánea y natural que la práctica religiosa procedente de la norma establecida. Solo por eso merecería la pena conservarla. Del mismo modo que asumimos la protección del patrimonio artístico, histórico o natural, deberíamos tener una mayor conciencia para preservar el patrimonio inmaterial, dentro del cual incluimos las distintas expresiones de la tradición, con la religiosidad del pueblo ocupando un lugar destacado.
Pero la tradición es algo vivo, hay que tenerlo claro, susceptible por tanto de evolucionar, de ser modificada o incluso desaparecer a medida que avanzan los tiempos y cambian las circunstancias. Y a veces, tradiciones que se pierden pueden recuperarse o incluso reinventarse. Sucede, sin embargo, que cuando se toman decisiones de este tipo las interpretaciones son muy dispares. Lo habitual en estos casos, vamos. Lo importante, como siempre, debe ser la oportunidad y la vigencia de la tradición recuperada, porque si ya ha fosilizado, intentar resucitarla puede llegar hasta el esperpento, salvo que se convierta en una recreación con finalidad exclusivamente cultural, pero entonces ya no sería tradición.
En Salamanca, desde hace cinco años, los misioneros de Mariannhill han recuperado para la ciudad la fiesta de las candelas en su dimensión popular. La novena y celebración litúrgica llevaban bastante tiempo celebrándolas, pero ante las estrecheces de su capilla se creyó conveniente trasladar la fiesta principal a la parroquia, Fátima. Y para no perder el vínculo con su capilla, Lumen Gentium, se llevó al exterior la bendición de las velas y en procesión, trasladando un relieve de la Virgen negra de Mariannhill, tallado por Enrique Orejudo, los fieles acompañan mientras iluminan con sus velas el recorrido que separa ambos templos.
Esta actuación debemos entenderla como el recuperar una tradición, reinterpretándola, eso sí, por las circunstancias que concurren en sus promotores, los misioneros de Mariannhill. De ahí el carácter innovador que presenta. Eventos de este tipo, que van creando tradición desde la tradición, nos ponen ante una realidad que no se puede soslayar. Y es que tales expresiones, simbiosis entre religión y cultura tradicional, continúan teniendo plena vigencia. Constituyen una prueba más de que la sociedad, de una forma u otra, sigue demandando algo que trascienda, que vaya un poco más allá de lo tangible. Por ello las candelas, igual que otras celebraciones semejantes, siguen mereciendo la pena y forman parte también del patrimonio de nuestro pueblo.
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