Sí, ya sé que este título es absurdo, que en el Chad no hay indios y que África Central no es América, pero si algo proporciona la Universidad, también y especialmente la de Salamanca, es la capacidad de relacionar una cosa y su aparente contraria en la conciencia. Hoy he asistido, a las ocho de la tarde, a la toma de posesión del Doctor Luis Enrique Rodríguez San Pedro como miembro del Centro de Estudios Salmantinos. El Dr. Jesús Málaga Guerrero, su padrino de ceremonia, dijo de él que es la persona que mejor conoce los entresijos de la Universidad de Salamanca. Y así lo demostró en su disertación sobre la Universidad de Salamanca en el Renacimiento, en tiempos de los Reyes Católicos, el episodio de la rebelión comunera, planteada y sostenida ideológicamente desde esta Universidad y su posterior reconciliación forzosa con el emperador Carlos, de la que nos habla a gritos la ausencia de actas universitarias del momento, desaparecidas por arte de magia política, como ha desaparecido un gran periodista, Pedro J. Ramírez, aunque no sea santo de mi devoción.
Siempre ha sido difícil ser profesor universitario; en el siglo XV porque los vecinos de Salamanca intervenían en la designación de los profesores con sobornos y amenazas, ahora por el ahogo económico con el que la Junta somete a la Universidad y por la flagrante falta de autonomía que padecen las Universidades en nuestro país. Pero el trabajo esforzado de los profesores de la época y la tutela de los reyes y del Papa, fueron poniendo las bases que convirtieron a nuestra Universidad, en el siglo XVI, en fuente de luz y de sabiduría para toda Europa y para los inmensos territorios que, en todos los continentes, estaban bajo influencia española.
La Universidad se mueve entre dos polos: los intereses locales (ahora autonómicos), que la encierran en el más lacayo de los provincianismos y la apertura a la realidad exterior, que plantea problemas de enjundia, obligando a la institución a dar lo mejor de sí. Y eso ocurrió en la defensa de los indios (de las Indias, no de la India), que el P. Vitoria y otros sabios de nuestra Universidad abanderaron frente a algunos colonizadores que pensaban que, como los indios 'no tenían alma', se les podía esclavizar.
Por la mañana, en la reunión quincenal de los sacerdotes del Arciprestazgo, nos llegan noticias del P. Alberto Plaza, jesuita, párroco de El Milagro hasta hace poco. Intenta coordinar sobre el terreno un Proyecto para garantizar el acceso a la educación para la población refugiada en los Campos del Este del Chad. 37.101 alumnos de Primaria que malviven y sobreviven en los campos de refugiados de Mile y Kounoungou, Iridimi, Touloum y Amnabak, Djiabal, Goz Amer y Abgadam. ¡A que no nos suenan estos nombres! A mí tampoco me sonaban. Y me pregunto si seremos capaces de aprendérnoslos y movilizar nuestra conciencia, nuestras parroquias, la Sociedad, los poderes económicos y financieros y los Gobiernos para reunir los 300.000 ? anuales que garantizarían la educación de esos 37.000 niños. ¿Y qué podrá hacer la Universidad y cómo podremos implicarnos los universitarios y los ciudadanos de bien?