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Pernoctadas de un Quijote apellidado Alves de Faria
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Pernoctadas de un Quijote apellidado Alves de Faria

Actualizado 27/01/2014
Alfredo Pérez Alencart

Uno agradece tener amigos como Álvaro Alves de Faria, pues cualquier encomio queda minimizado por la alta calidad de su escritura. No hay que exagerar nada. No es necesario hipérbole alguna para que su obra sea aceptada por quien a ella se acerque. El deleite está asegurado; pero no es un deleite que linda con la hermosura sino con el sacudón trascendente, con el desasosiego que no permite cicatrizar la herida?

Pues ahora se ha empeñado en volver a la Salamanca que muy metida tiene en el corazón. Y como buen brasileño (aunque reniegue de ello), no desea venir con las manos vacías. En marzo traerá, como ofrenda, un pequeño librito escrito en aparente prosa. ¿Su título?: Cartas de abril para Julia. Esta obra se publicó por vez primera en Coimbra, el año 2010, con prefacio de Graça Capinha, profesora de la Universidad de Coimbra. Al año siguiente hubo una edición brasileña. Y ahora, ya en el idioma de Cervantes en virtud de la acertada traducción de Montserrat Villar, se publica bajo el sello de Trilce.

Para la contraportada de esta edición me pidió unas letras, que reproduzco más abajo.

1 Alves de Faria en Fonseca (Foto de A. P. Alencart)

Alves de Faria en el Fonseca (Fotografía de A. P. Alencart)

Pero antes, conviene dar algunos datos mínimos de este poeta que fue apresado por subversivo en tiempos de la dictadura de su país.

Álvaro Alves de Faria (Sao Paulo, Brasil, 1942), uno de los más destacados poetas brasileños actuales, autor de más de cincuenta obras en poesía, novela, ensayo o crónica. Ha obtenido importantes premios, entre ellos el Jabuti, en dos ocasiones. Su obra poética va desde Noturno Maior (1963) hasta Almaflita (2013), pasando por Tempo final (1964), O sermão do viaduto (1965), 4 cantos de pavor e alguns poemas desesperados (1973), Em legítima defesa (1978), Motivos alheios (1983), Mulheres do Shopping (1988), Lindas mulheres mortas (1990), O azul irremediável (1992), Pequena antologia poética (1996), Gesto nulo (1998), 20 poemas quase líricos e algumas canções para Coimbra (1999), Terminal (1999), Vagas lembranças (2001), Poemas portugueses (2002), A palavra áspera (2002), À noite, os cavalos (2003), Trajetória poética, (2003), Sete anos de pastor (2005), A memória do pai (2006), Os melhores poemas (2006), Bocas vermelhas-poemas para um recital (2006), Inés (2007) y Babel (2007), Resíduos (2012) y O Tocador de Flauta (2012), entre otros. En 2007 la Ciudad de Salamanca le tributó un homenaje, publicándole una antología titulada Habitación de Olvidos, con poemas suyos traducidos por A. P. Alencart.

3.

(Pernoctadas de un Quijote apellidado Alves de Faria)

A veces pareciera que el sueño estampa sus caprichos. Pero no se trata de caprichos; tampoco de sueños: lo que se reportan son esquirlas de otra realidad que preña el ADN del ser humano: ancestros, paisajes de antaño, historias del imaginario popular, vuelta a los orígenes? Todo confluye en este vuelo o travesía golondrina, en esta reconquista de suelos hispanos y lusitanos emprendida por un poeta brasileño al que lo aloca la saudade.

A veces pareciera que leemos unas cartas en prosa. Pero no se trata de cartas; tampoco de prosas: lo que florece es la Poesía ataviada cual Julia o Diosa ambarina: y el Amor mostrándose desde el reinado del alma o, desde Argamasilla de Alba, por aldeas y lugares de una Península que siente como suya desde antes del éxodo: y también Amor a una lengua y a una tradición que recaptura a sorbos, valiéndose de la ucronía y de aquello que dicta la noche de los tiempos.

Y en este viaje, cada noche pernocta en los brazos de una Dama a la que no puede ver el rostro. La única presencia de Julia es su inmanencia: ella posee al escriba que la pretende, lo asfixia en su intimidad, le quita las palabras hasta que desaparece la poesía. Entonces, ya viudo de su primera ciudadanía, el poeta empieza el lento desentierro de los tesoros que ocultó tras la navegación oceánica. A ella, con los blancos cabellos alborotados por el viento, pareciera decirle: "Óyeme estas oraciones que elevo para celebrar lo que no muere".

Don Quijote, óleo de Miguel Elías

Don Quijote, óleo de Miguel Elías

FRAGMENTOS DE 'CARTAS DE ABRIL PARA JULIA'

(Traducción de Montserrat Villar González)

2)

Haré que Julia renazca todos los días en mí. La convertiré en Reina y yo seré su amoroso siervo, para que pueda revelarme sus secretos. Caminaré con ella por las imágenes que me habitan, especialmente las nocturnas, con los ojos abiertos. Recorreré lugares que guardo, las iglesias medievales, los campos más antiguos. Pasearé por las páginas de los libros, en las palabras exhaustas. La Reina, decretará sueños. Podrá decretar silencios. También sufrimientos. Decretará las tardes y las lluvias. También decretará cicatrices. Decretará la saliva de la boca. El espanto. Será una Reina que pueda "crear" sentimientos a la espera de las sombras. Será aquello que tiene que ser, el gusto de la naturaleza, el higo en el delantal de la mujer que no existe, solamente el ser invisible que corta el tiempo en lo que no es. Reina de mi intimidad, Julia se dedicaba a coger semillas, especialmente de granadas. También de uvas y cerezas. Cerezas rojas que dejaban en su boca una línea roja de mujer. La aldea de su reino silenciaba los vientos de las tardes y dejaba que las ovejas caminasen distancias. No hablábamos. Teníamos la boca unida en un beso invisible, como si nos escondiéramos en un estuche de terciopelo, donde los presentimientos vivían inquietos. Todas las mañanas, yo abría las ventanas del castillo de donde reinaban gestos. Cortinas oscuras hacia el verde de las planicies. Julia me extendía su delantal de silencios y guardaba mis últimos gestos, aquellos que caían de mis manos. Guardaba también mis pensamientos. Guardaba, incluso, las imágenes que yo cogía de las nubes y de un mar imaginario, del que partía todos los días de mí, como si caminase a mi alrededor, para buscarme en una iglesia de dioses perdidos. Después iba conmigo a recoger las piedras que nos contaban historias por la noche. Nos olvidábamos, entonces, de nosotros mismos y nos dejábamos adormecer como se duermen las aves en las ramas de los árboles, en la ropa que nos cubría bajo el frío de la niebla, porque las montañas se cubren de blanco y el paisaje, entonces, se recrea en el verde húmedo junto a los zapatos.

Mozas de pueblo , pintura de Miguel Elías

Mozas de pueblo , pintura de Miguel Elías

4)

Campesina, Julia, caminaba descalza en mi cuerpo, en mi piel, como si trazase su camino por las colinas con mis pies, atravesaba las planicies y los olivos, los pequeños ríos de aguas oscuras, aquel olor de las tierras portuguesas y españolas, aquellas mujeres que en el azul de la noche derramaban aceite en un plato con sal, el pan, el vaso de vino y el beso que oscurecía las copas de licor. Campesina, Julia, caminaba sobre mí, atravesando tierras, aldeas, casas, villas, hombres y mujeres que cantan esa música en los retratos, ella, Reina mía, de las tierras de España, de Portugal, las piedras de Idanha, los vientos que queman los ojos en la memoria, las iglesias con sus santos heridos, heridas profundas, súplicas sin palabras, de este modo el camino, el camino, el camino, el camino, ella, campesina sobre mí, Argamasilha de alba, mujeres hechas en el tallo de las plantas, los pies de uva, la saliva que se consume y en algunos minutos desaparece de la boca. No conozco mis andanzas en tu búsqueda, encontrarte en el "bucolismo" en que me pierdo, lo que me salva de ti, un amor sin cura, lo que me adivina y te presiente: si no puedo saber de ti por mi destino, sé que nunca sabré tampoco de mí. Sé que parto de mi puerto de náufrago con mi nave y dejo en ti, en la blusa blanca, la tormenta de mis duelos, como navegando los océanos del alma en aguas de sal, partiendo de mí para siempre, sin nunca abandonar el puerto. De suerte que enfrento lo que se me presente, lo que guardo por sentimiento, el beso que queda en la boca y que no siente la palabra de tu lamento. El momento que sigue a tu silencio que me lamenta, dirigiendo mi amor hacia el largo olvido. Mi último amor se muestra callado y sale al campo para siempre, sin estar nunca a mi lado, sale para siempre con mi celo y mi cuidado, se va dentro de la tarde con su rostro cansado, en mí el silencio calla, la imagen más antigua que de sí nunca habla, que a veces canta y a veces llora en su propio olvido, que se abraza a sí mismo para esconder su lamento.

9)

Como si fuera del infinito la nítida palabra escondida en el cielo de la boca. Cuando la Reina Julia atravesó la planicie de mi cuerpo, dejó en mí las marcas de sus uñas. Al entrar en ella, redescubrí el poema perdido. Anduvimos, entonces, agarrados, caminantes de nosotros mismos entre las brumas de una mañana imposible. Caminé con sus pies, abracé con sus brazos, regresé a mí con sus pasos antiguos. Al ver mi cara en el espejo, vi las cicatrices de años y sentí mi distancia. Al mirarla, entonces, silencié las palabras últimas que todavía tenía en el bolsillo, como estrellas fugaces, de esas que caen detrás de las montañas. La Reina Julia del Reinado de Argamasilha me miró como se miran los árboles. Al dejar en mí su cuerpo, me abrió un lago dormido, como se abren las ventanas en las primaveras que ya no existen jamás. Cuando la Reina atravesó la calle me trajo la última luna del firmamento. Me trajo, también, la poesía del encantamiento, aquella que hace vivir en el espacio exiguo de la casa. Se acostó conmigo y se dejó absorber por mí, en ella recorrí las ausencias de mis dedos, mis manos cosidas a las paredes, mis deseos de marcharme de repente como parten las aves al final de las tardes.

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