Microcosmos

Trabajar en un centro educativo tiene su aquel. Esas edificios que por fuera suelen tener un aire anodino, obligados por los presupuestos educativos, cobijan en su interior una suerte de representación del mundo exterior. La sustancia de la vida está dentro de sus paredes; allí donde se establecen relaciones, donde se forman grupos, donde estamos las personas. Y así se lo pasa uno tan bien.

Hace ya algunos añitos arrasaron en televisión los llamados guiñoles de la tele, inspirados en los corrosivos spitting image ingleses (aunque sin llegar a sus irreverentes sátiras que aquí no se hubieran tolerado), en los que, utilizando unas marionetas caricaturizadas, se analizaba la actualidad en tono humorístico. Uno de los personajes más parodiados, en realidad una imagen especular de sí mismo pues haciéndose el tonto encontraba mimetismos geniales, era el de Jesulín de Ubrique que además de popularizar la frase "en dos palabras: im-presionante", hacía famosa su muletilla (qué afortunada afinidad semántica para un torero) de que las cosas eran "como un toro". Los excelentes guionistas encontraban divertidas concomitancias acerca de casi todo usando esa metáfora. Pues bien, en cierta medida, quiero yo imitar esa estrategia y encontrar en ese microcosmos escolar del que antes hablaba similitudes que nos ayuden a orientarnos: en él se pueden encontrar reflejadas las situaciones, dilemas, problemas que nos encontramos en el mundo que habitamos.

Allí empieza a descubrirse la solidaridad y el altruismo. También el egoísmo. Es preciso ganarse el respeto de los demás, hay que aprender a soportar frustraciones. Los criterios morales están en mantillas con un incipiente: "si no me pillan?", que debería dar paso a un: "eso no está bien". Pero muchos adultos, en la calle, permanecen en ese primer estadio. Muchos políticos también.

El otro día alguien rompió unos lavabos que tuvieron que ser cerrados en perjuicio de los propios alumnos. Se tendrán que reparar con dinero público mermado de otros más didácticos destinos. Las mismas torpezas democráticas que demostramos los adultos cuando elegimos representantes, las mismas dificultades para vivir en sociedad. De momento ninguna clase de bachillerato se quiere independizar pero hay alumnos que sí me piden cambiar de grupo.

La legislación sobre derechos y deberes de los alumnos es muy garantista y las víctimas de atropellos, hurtos o acosos las más de las veces no llegan a ver reparado su honor y tienen que atravesar unos pasillos atemorizantes mientras los que vulneran sistemáticamente las normas sonríen burlonamente. A veces esas víctimas no saben como librarse de los acosadores y prefieren unirse a ellos. ¿Les suena?

También en sus pasillos se dilucidan las leyes de la atracción y para cualquier psicólogo aficionado es más que interesante observar, y eso que observamos sólo la superficie, cómo de tejen y destejen las maneras de relacionarse entre sexos. Los alumnos y alumnas se juntan y separan en grupos y parejas, a veces inconcebibles para nosotros los profesores.

Y hay más si sabes mirar. Espero que ese mundillo nos dé mucho juego. En realidad ellos son nosotros.