Falta poco más de un mes y medio para que se cumpla el año desde que fue elegido el Papa Francisco, por cierto con gran sorpresa y desconcierto inicial. Se suele dar a los políticos y gobernantes un plazo inicial de cien días para empezar a enjuiciar los frutos de su actuación. Aquí hemos dejado pasar casi un año.
En estos días se escriben artículos, se programan conferencias y coloquios, se empieza a someter a juicio la labor del Papa Francisco. En esta semana se han organizado dos conferencias del profesor de la Universidad de Comillas Don Juan María Laboa, especialista en historia de la Iglesia, sobre "El Papa Francisco, esperanza para el mundo actual". El martes tenía lugar un coloquio sobre el mismo tema en la Tertulia del Hotel Rona Dalba, del cual yo mismo fui protagonista. En una tercera de ABC Antonio Garrigues Walker reflexionaba con profundidad y acierto sobre la novedad de la elección de un Papa que puede ser modelo para la renovación de otras instituciones, además de la eclesial.
Que si trae un aire nuevo, un estilo diferente, que si habla el lenguaje del pueblo y todo el mundo lo entiende, aunque el color de su habla sea el argentino. Esto es lo que necesitaba la Iglesia. Muchos están reconciliándose con ella y vuelven a integrarse en la misma. Muchos regresan a la asistencia a las celebraciones dominical es.
Ya había habido saltos y sorpresas en la elección de los papas del último siglo. Después del hierático e ilustrado pontificado de Pío XII, parecía que no se iba a encontrar persona adecuada para sucederle. Y surgió la sorpresa de la revolución del anciano Papa Juan XXIII, que convocó nada menos que un concilio después de casi cien años del anterior, en este caso el Concilio Vaticano II, y que dentro de tres meses, en la semana de Pascua, va a ser proclamado Santo. A él le sucedió el moderno y comunicador Pablo VI, que parecía no podría tener digno sucesor y, después del brevísimo pontificado de Juan Pablo I, sucedió el ciclón del Papa polaco, venido de la Iglesia oriental. Y con la transición del teólogo y ortodoxo Benedicto XVI, cuyo mérito impresionante fue el de su digna y adecuada renuncia, llega un nuevo Papa de más lejos, nada menos que del continente americano.
Nacido, crecido y formado en un ambiente de teología de la liberación, sin poner el acento en las teorías, pero viviendo el espíritu práctico y evangélico de la cercanía a los pobres, con el mismo estilo de sencillez que ellos, ha sido capaz de proclamar que desea una Iglesia pobre y para los pobres. Ciertamente ha despertado espectativas en amplios sectores de la Iglesia, e incluso en diversos ámbitos de la sociedad civil.
No faltan temores y ciertas críticas. Se teme por su vida, porque camina entre las gentes sin protección ninguna. Se dice que tiene a sus enemigos agazapados dentro de la misma Iglesia y aun del Vaticano. Algunos han llegado a denunciar el sentido amenazador de la coexistencia de dos Papas. Y hasta hay quien parece descubrir la presencia y acción del mismísimo demonio que ha logrado que se cuele este Papa extravagante, libre de acción y de palabra, que puede arruinar la ortodoxia de la Iglesia y los principios de la moral, con aperturas a los matrimonios de divorciados, a las parejas de gays y lesbianas, etc., etc.
Es cierto que el Papa Francisco ha creado grandes espectativas. Aunque puede ser que pasadas las primeras impresiones volvamos a la normalidad y a la rutina. Y entonces siempre permanece la duda y la pregunta: ¿Será éste el Papa de la decepción o el de la esperanza?
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