"Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme". Así narraba Stendhal el vértigo que le produjo la acumulación de tanta belleza en su visita a Florencia. Después estas románticas palpitaciones fueron descritas como síndrome, cuando se analizaron más de cien casos parecidos, todos en esa misma ciudad renacentista, que si me pongo incrédulo me recuerdan a aquellas jovencitas que se desmayaban en los conciertos de los Beatles o se siguen desmayando ante la cercanía de Justin Bieber, como me da que pensar que nunca suceda a la salida del MOMA, del MUSAC, Da2 o Centro Nacional Reina Sofía. Y si me pongo creyente he de decir que sí, que en cierto grado también me pasa a mí y que comprendo ese aturdimiento ante lo bello, diría que ante la inteligente humanidad de la belleza, ya que hablamos de arte y no de puestas del Sol.
Hace unos días se concedieron los Globos de oro, ni televisión en directo, ni lágrimas de Ronaldo, ni Messi revestido de cardenal, otra cosa, eso que llamamos cine, que frecuentábamos cuando éramos jóvenes, antes de tantos DVD y descargas legales o ilegales de internet. Le concedieron el Globo a la mejor película extranjera a la película de Sorrentino, que pasó ninguneada en Cannes hasta alcanzar después en los premios del cine europeo los de mejor película, director y actor: La grande Bellezza. Me reconforta pues yo como tantos gozamos en nuestro tiempo del mejor cine italiano, De Sica, Rosellini, Visconti, Scola, Pasollini, Risi, Olmi, Bellocchio, Bertolucci, Fellini? y asistimos al final de los setenta a una decepcionante decadencia, que con postulados de cine político, experimental, pseudointelectual, postmoderno, o aún peor, esteticista, truculento y superficial, acabaron por desterrar de la universalidad a un cine que se había colocado en ella con el mayor reconocimiento y dignidad. Pareció que una generación entera renunciaba a sus maestros paraaventurarse en una nueva travesía inconsciente de la diferencia de talento, profundidad o estilo de sus capitanes con los de la singladura anterior.
Es indudable que Sorrentino bebe de aquellos, que está inmerso en ese barroquismo que tuvo Visconti, o sobre todo Fellini, cuando parecía que no había límites, que nada que perteneciera a la libertad de la imaginación se recortaba. Como también creo cierto que cinematográficamente la ciudad de Roma ha pasado de verse como la ciudad de vacaciones de princesas y turísticas"vedute" a ser, gracias a Fellini un ser viviente, un coloso que deglute con su belleza barroca de excesos a todo el que la vive o a todo el que se acerca.
Dicho esto no ha de extrañar que esta cinta, (es un decir, les queda poco a las pelis de ser cintas), recuerde a la dolce vita, en tema y en estilo, que el Marcelo Rubini que encarna Mastroianni se proyecte en el también periodista y antiguo escritor Gep Gambardella, Toni Servillo, más sorprendente es que lo hagan con la misma elegancia desesperanzada y natural.
Debo admitir que no sé qué obra elegiría si tuviera que decidir. Una ya está en el inconsciente colectivo, no solo por el baño de Anita en la fuente de Trevi, sino por su peso en la historia, la otra por su gran belleza a mí me emociona más. No puedo olvidarme de los paseos de Servino perdiéndose en la noche de la nostalgia, los estúpidos trenecillos sin sentido de esas fiestas frenéticas, los otros trenecillos culturales golpeándose la frente contra el muro. La sociedad del botox que subraya la muerte, las piernas de una monja santa que se balancean desde un trono muy alto, sus humildes zapatillas, sus pocas palabras: "Yo me casé con la pobreza, y la pobreza no se cuenta, se vive"
Los rincones eternos de Roma siempre por descubrir, siempre por iluminar, los travelling continuos y flotantes que nos la hacen pasear. Si dije que quizás toda esa estética puede parecernos un tanto excesiva, al verla nuevamente (qué raras las películas que admiten relecturas con la misma pasión), comprendo la estructura de columnas salomónicas de bellas espirales que forman el baldaquíno que alberga profundas verdades, pensamiento, anhelos, acaso soledad.
Además, la misteriosa Roma siempre merece una detallada y enamorada contemplación Me choca la respuesta de Gep Gambardella a la pregunta de por qué no volvió a escribir otro libro en 40 años." Buscaba la gran belleza, pero no la encontré". Que parece que allí podría descubrirla con solo mirar, como aquél otro romano que preguntó Qué es la verdad, cuando la tenía a su lado. Supongo que es más difícil encontrar las raíces desde el vértice de la mundanidad.
Lo que siempre aprecié desde esta ciudad Roma la chica, intencionada exageración, es que la contemplación de la belleza siempre nos paraliza, nos hace más pequeños, más frágiles, al tiempo que alcanzamos el contagio de una cierta plenitud. Ese gozo paralizante que se comporta como virtual meta ante la que ya no tenemos más qué hacer.
He traído esta película a esta página de arte porque no me cabe duda de que es arte y pensamiento al mayor nivel, un cine enraizado, resuelto, inteligente, bello, bien contado, todo eso que siempre me produjo emoción.
Y casi como anécdotas de esa mundanidad sin sentido que vive y que delata, referir algunas escenas relacionadas con el arte visual. Talia Concep, artista del performance- Abramovi, militante en la poética de la vibración, que ni ella misma sabe definir, convenientemente
desnuda y rapado su vello púbico en forma de hoz y el martillo, un tul en su cabeza, se precipita a la carrera contra el pilar granítico de un acueducto romano, mientras decenas de selectos humanos avestruces estiran su cuello y examinan el violento cabezazo de la artista que grita: "No me quiero". -Bravo, dice alguno de los que aplaude ¿Te gustó la actuación? ? A ratos. ¿Descubriste el truco?- Gomaespuma. En el teatro amateur no se muere.
Otra niña llorona actúa ante lo más selecto de los galeristas y ante un lienzo inmenso en el que derrama sus botes de pintura y de su histeria, al modo de Karel Appel, el mismo circo pero en niña .Un sufrir, Pero esa niña lloraba, pero que dices esa niña gana millones.
Hay una hermosa exposición en un lugar de privilegio donde todas las fotos decada día de la vida del artista, que empezó su padre y él continuó se muestran, como nichos y huellas de todo lo que cambia aún levemente y que el prodigioso actor que es Servillo recorre como si de los fotogramas de su propia vida se trataran.
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