Mi amigo Jose (sic) ha logrado que su entorno asuma la máxima del PPM con la que siempre concluye sus análisis sociopolíticos. Si la segunda P se refiere a país, el significado de las siglas acompañantes resulta evidente. Y es que basta hojear un diario, el que sea, cualquier día del año, para acabar hasta la coronilla, asqueado de todo y de casi todos los que suelen aparecer en sus páginas.
Como generalizar contra los poderes constituidos es tarea fácil, pongamos un ejemplo conocido y cercano, de esos que descomponen el intestino. Hace escasos días pudimos leer en la prensa, local y regional, que un hombre de raza negra dio un brutal puñetazo a una joven que transitaba junto a la Escuela Oficial de Idiomas y le destrozó la nariz. Sin mediar conflicto de por medio, solo porque sí; se le cruzaron los cables y lo hizo. Tal como procede ante tales situaciones, la policía cumplió con su deber procediendo a su detención y puesta a disposición judicial. Y en el juzgado también cumplieron con su deber, al tomarle declaración y dejarle en libertad provisional a la espera del juicio. Mientras esto sucedía, la joven en el hospital recibía la atención médica que la agresión requería.
Hechos como este se han convertido, desgraciadamente, en el pan nuestro de cada día. De la misma manera que también lo es la tendencia al infinito en la reincidencia. El referido prenda, por continuar con el ejemplo, es el mismo que en septiembre estuvo a punto de estrangular a una niña con unos cordones de zapato y en diciembre agredió a una madre y una hija en la calle Filiberto Villalobos. Pero no acaba ahí la cosa, que de estas colecciona hasta treinta, en Salamanca y otras ciudades. Ítem más, en cada detención se atribuye la identidad que le da la gana, hasta once distintas. Y para más inri no se sabe ni de dónde es, porque ora dice Senegal, ora Nigeria, ora Somalia. Naturalmente, su situación en España es ilegal.
Los españoles, mayoritariamente asumimos la necesidad de un Estado de Derecho y lo positivo que resulta acoger a personas de otras nacionalidades cuando acuden a ganarse honradamente el pan. Pero llega un momento, cuando nos torpedean una y otra vez con noticias como esta, de que este parece ser el país del tócame Roque donde propios y extraños hacen de su capa un sayo y encima se pitorrean. Porque, vamos a ver, que no hay que ser experto en leyes para saber que muchas cosas se están haciendo mal cuando un energúmeno trastornado, en situación ilegal, campa a sus anchas y agrede arbitrariamente a los transeúntes cuando le viene en gana. Mal, muy mal los legisladores, que con mucho de buenismo y más de complejo han aprobado unas leyes que parecen beneficiar más al que no cumple que al que cumple. Mal, muy mal los jueces, que con tanta confusión legal cuando quieren enchironar o soltar a alguien, exceptuando los intocables, acaban encontrando argumentos. Y de los gobernantes, pues mejor no hablar. Auténticos invasores y depredadores del legislativo y judicial, desde los albores de la democracia dejaron bien sentadas las bases para convertir en quimera el dogma divulgado por Montesquieu, el dos veces barón.
No es de recibo que una persona que no debería estar en España, porque en él concurren las circunstancias de ilegalidad y delincuencia, ande suelto por las calles de Salamanca. Al leer noticias de este tipo lo único que apetece es vomitar y desear con la peor baba que el próximo agredido sea un gobernante, o un legislador, o un juez. Pero no, no nos caerá esa breva y la víctima será, como siempre, alguien más débil y sin protección. ¡Qué hartazgo! Y sin poder hacer nada más que lamentarnos, con las tres letras del principio o con similares, que cada uno puede poner las suyas.