La paternidad, el ser padre, está muy poco valorado. No sólo por el ente etéreo, genérico y evanescente de la tan traída y llevada sociedad, o sea, la nada. No. Ser padre ?y lo digo muy en serio aunque me ría- conlleva una serie seria de frustraciones ocultas. Y aquí, y ahora, las voy a desvelar. Con un par.
Resulta que cuando uno va a tener un hijo ?y si tiene suerte, una hija. O dos, como el menda- pues todo el mundo le viene con la cantinela de lo bonito que es ser padre, que si qué dulce, que si qué mono, que si es lo mejor que te va a pasar en la vida, que si tal que si cual. Y una mierda.
Algunos, como queriendo decir sin decirlo, te suavizan lo que todo el mundo sabe y nadie se atreve a confesar. Que si las noches en blanco, jajajá. Que si te sale llorona, jejejé. Que si verás con los pañales, jijijí. Que si te sale mala comedora, jojojó. Que si la pediatra será parte de tu familia, jujujú. Para sospechar.
Esta semana me he quedado en casa de padre coraje. Sí, puede que esto tenga que ver con lo que llevo dicho y lo que voy a decir. Seguro que sí. Decía que he estado unos días haciendo de familia monoparental porque la la madre de mis criaturas (la mayor, tres años; la pequeña, año y medio) tenía que trabajar en horario comercial aprovechando la llegada de sus Mágicas Majestades.
Pues bien. Suena mal pero es así: mis hijas han sacado lo peor que hay en mí. Lo dije. Y encima me hacen sentir culpable porque no cumplo con el estándar de buen padre. Eso es así.
Uno ve películas donde los progenitores son dialogantes y comprensivos; uno lee libros de pedagogía y educación filial donde todo es armonía, ejemplo, sosiego, imitación; uno escucha a los happypadres del parque o de la puerta del cole hablando de lo que disfrutan educando a sus hijos? y yo empiezo a pensar que no he nacido para esto. Que seguro que estoy haciendo algo mal. Que no es posible que mis hijas sólo tengan en la boca "mamá", que no me dé tiempo a cambiarle el pañal a la pequeña y completar el puzle de princesas con la mayor mientras hago una sopa de sobre y voy friendo los delfines, las estrellas y los caballitos de mar con sabor a pescado rebozado. Todo esto al tiempo que pongo la mesa con la pequeña en brazos porque no le da la gana andar o se pone a berrear. Y no digo llorar, digo berrear. Y la mayor que no come y la pequeña que sigue berreando; esta vez de sueño. Y meto a una en la cama, y la otra viene a despertar a su hermana. Papá quiero pis. Y vuelta a berrear. Y no andes descalza. No corras por el pasillo. No empujes a tu hermana. No abras la puerta. No cojas el teléfono. Te voy a tener que castigar. ¿Quieres que te castigue? Al final te voy a dar. Y a ti también. Vais a acabar conmigo. Por favor, que me vengan a rescatar.
Y así una semana completa. Mañana y tarde. Con sus desayunos, sus comidas, sus no siestas, sus peleas, sus meriendas, sus lloros, sus baños y sus cenas. Luego les cuentas un cuento, se ponen a soñar? y las ves así dormidas, tan dulces, tan monas, tan lo mejor que me ha pasado en la vida, tan tal tan cual? que me dan igual las noches en blanco, las llantinas, los pañales, los disgustos por la comida y las visitas al hospital.
Ser padre coraje tiene estos brotes esquizofrénicos. La bipolaridad es parte de la paternidad.
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