Surgieron los barrios como la mejor manera, en estructura y posibilidad de relaciones personales, de hacer más fácil y más humana la convivencia en las ciudades.
Los barrios, infinidad de ellos, han sido espacios ejemplo de organización, de relaciones, de trabajo común, de lucha por los derechos fundamentales de las personas y la convivencia entre ellas.
Las organizaciones vecinales de muchos barrios han sido ejemplo de esfuerzo ciudadano y de servicio a sus vecinos y vecinas; la mayoría de las veces por encima de la gestión de los gobiernos municipales.
Hoy, muchos de nuestros barrios se encuentran en un camino de olvido intencionado, de indiferencia y sin retorno. Los espacios de barrio, tan necesarios a la ciudad, están perdiendo su identidad; se van deteriorando en sus infraestructuras propias, se niegan derechos fundamentales, se va rompiendo el entramado social en sus relaciones, las asociaciones y movimientos vecinales casi son inexistentes, las inquietudes, las necesidades y los recursos para los jóvenes brillan por su ausencia o están abandonados a su suerte, las actividades culturales casi son una anécdota, la soledad de los mayores y la angustia de muchas familias es cada vez más preocupante, y apenas si en algunos de ellos permanecen todavía ciertos signos de esperanza, de algo nuevo y distinto.
A la gran mayoría de los ciudadanos, en estos barrios o en otros lugares, nos ha defraudado profundamente el rumbo que ha tomado en los últimos veinte años esta sociedad arrastrada por tantos intereses contrarios a la vida que buscan la mayoría de las personas.
Estos intereses desarrollados a favor de unos pocos ciudadanos han sido apoyados, sostenidos y llevados "en volandas", con todo tipo de justificación, a tiempo y a destiempo, por todos los aparatos del estado, utilizando perversamente la buena voluntad de la gran parte de la ciudadanía.
Estructuras económicas y financieras como los bancos, asociaciones empresariales o cámaras de comercio; estructuras políticas, como los parlamentos, los partidos, todo tipo de consejos o de gobiernos; estructuras culturales, como universidades, planes educativos , medios de comunicación u otro tipo de proyectos; no han dudado en aparecer como mecanismos culpables de actuar a favor de este sistema tan perverso que está enriqueciendo a muchas personas escandalosamente, y destruyendo con mucho dolor ilusiones y esperanzas puestas en la posibilidad de encontrar una sociedad más justa por parte de la mayoría.
Y mientras, los barrios no han interesado en su sentido más original; incluso muchos de ellos han sido utilizados y continúan, para llevar a cabo impunemente algunos de sus negocios más perversos y asesinos, como es el de la droga.
Estoy escribiendo estas reflexiones y me entero del tiroteo ocurrido al parecer con algún herido a penas a 100 metros de aquí. ¡Basta ya, por favor! A todos cuantos corresponde esta locura, ¡Basta ya!
Cuántos barrios como Buenos Aires ya no tienen vuelta atrás para que puedan volver a ser lo que gran parte de sus vecinos y vecinas pretendieron siempre. Se ha consentido por parte de la Subdelegación del Gobierno, por parte de la Junta de Castilla y León y por parte del Ayuntamiento que se hayan ido perdiendo ilusiones y posibilidades, y, digámoslo, hasta vidas.
Nadie, probablemente, ha hecho estadísticas de los jóvenes que han perdido su vida desde los años 80 como consecuencia del negocio de las drogas en multitud de barrios; se habla de que probablemente han sido un millón de muertes en todo el estado. Y cuántas familias continúan siendo víctimas y sus hijos aparecen ya como generaciones perdidas.
Y en medio de todo este escándalo, dolor e injusticia, donde en lo más hondo se cuecen graves problemas sociales, a los gobiernos más cercanos sólo se les ocurre recortar derechos y bienes sociales; y por el contrario reforzar lo que ellos llaman seguridad.
Barrios como Buenos Aires y los más cercanos de igual manera, se les limitan y se les recortan los derechos educativos y sociales; y además, los gestores políticos intentan bajo argumentos inadmisibles justificar decisiones que van claramente contra los ciudadanos y ciudadanas más empobrecidas.
Unos pocos ciudadanos salmantinos se vieron vergonzosamente favorecidos en los último veinte años con millones de euros; no podemos olvidar los veinte millones "perdonados" en impuestos, o los miles invertidos para favorecer los más de veinticinco hoteles construidos en el 2002 así como los magnos contenedores culturales con los que hoy ya casi no se sabe qué hacer. Y, sin embargo, una gran mayoría de personas y colectivos, sobre todo viviendo en estos barrios sin retorno, se ven robados, despreciados y hundidos en sus expectativas y derechos.
¿Habrá salida a todo este desaguisado? ¿Podremos volver todas las personas a recuperar derechos conseguidos, luchados y hoy excluidos de ellos? Quiero creer que sí. Pero nunca podrá ser con quienes son culpables del ayer y del hoy del deterioro sufrido por toda la comunidad barrial, sus gentes, sus grupos y sus propias organizaciones.
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