Aitizaz Hassan es un héroe. Apenas pasada la edad de ir al pediatra se ha abrazado a un terrorista suicida veinteañero para que no pudiera acceder al Instituto en el que estudiaban sus amigos junto a otros dos mil adolescentes y jóvenes y matarlos. Tres alumnos están castigados en la puerta del Instituto por llegar tarde, sin poder entrar a la Asamblea con la que da comienzo la jornada escolar. Dos se comportan como personas inteligentes y huyen hacia el interior del Instituto. Aitizaz Hassan se queda, lucha a brazo partido con el terrorista, en último extremo su abrazo provoca la deflagración del cinturón que el suicida llevaba puesto con seis kilos de explosivo.
Dos formas de entender el Islam: suicidarse para matar al enemigo o entregar la vida para salvar a sus amigos, a todos, a la humanidad. El suicida se había preparado, le habían instruido, había modelado su conciencia y su vida para la muerte de los demás. El estudiante no había pensado en suicidarse, simplemente había vivido la fe en casa, se había contagiado de la oración que practicaban los mayores, aprendió el Corán verso a verso, día a día en la madrasa, era asiduo a la mezquita, amaba la vida y a sus amigos, seguro que también la música y los chismes neotecnológicos. No se había preparado para la ocasión, pero el coraje le salió de dentro, de sus quince años de práctica de su religión, como algo natural. Un modo de confiar en Dios, amar al prójimo, tomar una decisión ética definitiva y oponerse al mal con todo, usando su vida como escudo para salvar a sus prójimos.
Algunos dirán que fue una reacción humana heroica, digna de honores, pero que no tiene nada que ver con la fe religiosa. Se equivocan; eso podría ser posible entre nosotros, en Europa, en España, en Salamanca, donde la fe mueve pocas montañas y, sobre todo, no da forma a muchas vidas, indiferentes ante el Trascendente; pero no en un país islámico como Pakistán, donde el tema de Dios y la religión no son optativos. La indiferencia religiosa tan actual entre nosotros es fruto de árbol demasiado viejo.
Bien es cierto que en España, en el siglo pasado, no en la prehistoria, miles de jóvenes fueron mártires por la fe. Y en el siglo XXI sigue habiendo miles de mártires cristianos. Lo cristiano es prepararse para la santidad ? amar a tope a Dios y al prójimo, ambos, no uno solo-, no para ser asesinados; pero si el odio a la fe presiona, no ceder ante él, estar siempre preparados para amar, incluso cuando te apuntan con un arma y al que te apunta, que en ese momento es tu prójimo más próximo.
El porvenir del mundo, la paz, está en manos de los santos y mártires cristianos, de los santos y héroes musulmanes y de todos los que hagan de la misericordia la bandera de su vida.