Aún en Auschwitz seguía sonando la música. Se formaban orquestas masculinas en 1941 y 1942 y tocaban para la edificación de los miembros de las SS. Una ambiciosa oficial de las SS decidió fundar una orquesta femenina en 1943 y reunió a un grupo variopinto de instrumentistas aficionadas y profesionales. La calidad del grupo mejoró de forma espectacular cuando Alma Rosé ?sobrina de Gustav Mahler- violinista y directora vienesa de gran talento, se puso al frente. Logró reunir a un grupo disciplinado de cincuenta instrumentistas y convenció a las SS para le facilitaran materiales, incluidos una batuta y un podio. El repertorio incluía marchas, valses de Strauss, fragmentos de ópera, el primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven, partes de La sinfonía Del Nuevo Mundo, de Dvorak y Traumerei, de Schumann, una de las piezas predilectas de Menguele.
"Ella vivía en otro mundo" afirmó una superviviente sobre Rosé. "Para ella la música significaba su amor y sus desilusiones, su pena, sus alegrías, su eterno anhelo y su fe y esta música flotaba sobre la atmósfera del campo". Una violonchelista polaca recordaba como Rosé la había reprendido violentamente por tocar un Fa natural en ves de un Fa sostenido. En otra ocasión Rosé interrumpió enfadada una interpretación cuando oyó a guardias de las SS hablando demasiado fuerte en segundo plano.
Alma enfermó aparentemente de botulismo y murió en 1944, a pesar de los intentos, al parecer sinceros, de Menguele para curarla. Muchas de las músicas sobrevivieron, gracias en gran medida al estatus especial que había conseguido para ellas su directora.
"Fusilado" del libro "El ruido eterno", de Alex Ross