Los niños de Españagistán, un país empobrecido del sur de Europa, escribieron tantas cartas a los Reyes Magos, que el cartero real, después de realizar varios viajes, estaba tan cansado y los caballos tan agotados, que para recuperar fuerzas decidió hacer un alto en el camino. Después de aliviar a los animalitos de la carga, recostado en un árbol, se quedó traspuesto entre la realidad y el sueño, aunque con la lógica preocupación de que si no llegaba a tiempo todas aquellas cartas no serían atendidas.
Pronto salió de su letargo, pero los animalitos dormían tan plácidamente que no los conseguía despertar, y después de muchas dudas y desazones decidió abrir una saca para conocer los deseos de los niños. Lo primero que observó fue que la mayoría de las misivas no llevaban sello y las que los llevaban su coste era tan ínfimo que no cubrían el costo suficiente para llegar a Oriente.
Enseguida comprendió que eran las cartas que en las estafetas se habían dejado para el final, cuyos remitentes eran los niños más pobres. Y siendo así, sentía gran pudor de abrirlas y se descorazonaba al pensar que deberían haber sido las primeras en llegar a Sus Majestades, pues ahora aquella carga tan enorme iría directamente a la basura.
Por fin abrió una de ellas y no pudo evitar que una lágrima resbalara en sus mejillas. ¿Quién podía mejorar aquel hermoso dibujo a lo Miró? ¿Quién aquellos versos que los hubiera firmado la mismísima Gloria Fuertes? ¡Qué capital tan grande se quedaba en el camino! Siguió abriendo cartas y más cartas y todas ellas estaban pintadas del color del cariño y la esperanza. ¡Qué suerte tenían los Reyes! ¡Cuántas cosas les caían!
No era extraño que por aquellas misivas salidas del corazón de los niños trataran de hacerlos felices cumpliendo sus deseos. Sin embargo, el cartero observó que casi todas las cartas, después de contar lo buenos que habían sido durante el año, terminaban con idénticas coletillas: "No les pido nada para mí, solo quiero un trabajo para mi papá o para mi mamá, no quiero que me separen de ellos cuando nos quiten la vivienda, como a Dani, a Susana, a Esther, a?".
No podía continuar leyendo, se puso de rodillas y en alta voz, que retumbaba entre montañas, comenzó a gritar: "Queridos Magos de Oriente, ¡venid aquí!, ¡demostrad que sois Magos!, ¡los niños os necesitan!". Así estuvo cerca de una hora hasta que alguien le tocó por la espalda y le dijo: "No grites más, soy Baltasar".
El cartero, impresionado por la presencia del Rey Mago, comenzó a besarle los pies y le dio cuenta del problema. Baltasar lo intentó tranquilizar y le dijo que Españagistán tenía un poder financiero tan fuerte que cortocircuiteaba todas las comunicaciones.
? "Entonces importa poco que no os lleguen estas cartas?", le reprochó el cartero.
? "No es así. Por supuesto queremos que nos lleguen todas, porque a todas le damos respuesta", contestó Baltasar.
? "No puede ser, ¡cómo vais a comprar tantos pisos y dar tanto trabajo!", le señaló el cartero.
? "Es un secreto pero te lo voy a decir: nosotros cumplimos los deseos de unos cuantos niños, 'los más mejores', y a todos los demás les regalamos un sueño".
? "¿Cómo?".
?"Sí, cuando los niños tienen una noche feliz y sueñan que se cumplen sus sueños, ahí estamos nosotros".
? "Pero eso es un consuelo que se acaba al despertar", dijo el cartero.
?"No es verdad, hubo un tiempo que un niño soñó con un mundo en el que pudiera hablar con otro niño que se hallara en el confín del planeta y aquello se hizo realidad, otro soñó con entrar en un edificio y que las puertas se abrieran a su paso y también se hizo realidad, otro soñó con decirle a su coche 'llévame a las Antípodas' y aquello se hizo realidad? Soñar e imaginar son las últimas riquezas antes de la resignación".