Don Matías García fue un célebre cura poco dado a la coba y a los chismorreos. A la par que el ejercicio de su sagrado misterio era poeta, que firmaba como 'Azabeño' y dejó varias obras, como 'Mi país charro', que son pequeños tesoros de las letras. Al estilo de la época previa al último Concilio vestía con sotana y dejó la impronta de su personalidad en numerosas localidades, todas ellas de la diócesis de Ciudad Rodrigo. Prueba de ello es que medio siglo después de su muerte, sus pocos feligreses que aún viven, lo recuerdan con un poso de añoranza. Aunque tampoco falta quien rememora, con resquemor, que le fastidió un posible negocio cuando se negó a admitir que a una niña pastora de Navasfrías se le había aparecido la Virgen. El hecho, que guardó ciertas semejanzas con las apariciones marianas de Fátima, o las de Lourdes, pero en versión charra, aconteció pocos años después de finalizar la Guerra.
Todo comenzó cuando un buen día un desamparado pastor fue corriendo, echando los bofes, a casa de don Matías para decirle que a su niña se le había aparecido la Virgen en el monte que guardaba unas ovejas. Al escucharlo el cura, templado y sin concesiones, con su impresionante envergadura, lo miró con cara de pena y le preguntó por la comida. Al contestarle el pastor que solía llevar una cesta con farinato y tocino rancio, el cura tomó por el hombro al señor y le dijo: "Mira amigo, lo primero que tienes que hacer es darle de comer bien a la muchacha para que no vea visiones. Ni le entren delirios".
Las palabras de don Matías fue como un mazazo para el humilde pastor y también para muchos de los feligreses, quienes vivieron la hipotética aparición de la Virgen en medio de una convulsión. Tanto en el propio pueblo de Navasfrías, como también en las villas limítrofes del Rebollar y Extremadura, como en la vecina y muy pía Portugal. Por esa razón cuando auguró la pequeña pastora que se le volvería a aparecer la imagen divina, un montón de gente llegada de numerosos lugares se desplazó el día señalado hasta al lugar en el que se produciría el milagro de la aparición. A la hora prevista se habían dado cita plañideras, mujeres llorando que rezaban en voz alta mirando al cielo, hombres arrodillados a la espera del acontecimiento, niños que miraban con sorpresa e, incluso, algún jovenzuelo ausente de fe, pero que en esa ocasión acudió por aquello de que Dios no pille confesados.
En esos momentos, el gentío nervioso esperaba acontecimiento. Todos menos el cura, quien para evitar el sofocón y lo que para él era un auténtico ridículo prefirió irse a Ciudad Rodrigo a pasar un par de días y no ser cómplice de aquel circo que habían montado. Sobre todo porque a medida que pasaba el tiempo la desilusión se hacia patente entre el gentío y muchos de ellos desertaban dándole la razón al cura: "Lo que tiene que hacer el 'Boliche' es darle de comer bien a la muchacha", comentaban. Únicamente, a última hora de la tarde cuando, en el lugar mariano, apenas quedaba una veintena de personas llegó una pequeña ventolera que, a decir de los más píos, había sido un soplo de la Virgen.
El furor de las apariciones enseguida desapareció de Navasfrías y pasó a formar parte del anecdotario lugareño. De otro más. Aunque eso sí, lo que no pasó inadvertido para sus gentes fue la falta de tacto para sacar tajada, por lo que se estiraban del pelo cuando acudían a Fátima. Entonces cuando observaban la cascada de dinero que generaban las apariciones marianas se lastimaban de que ese mismo privilegio lo podían haber disfrutado ellos. Y cambiar el contrabando y el duro trabajo en las minas por la venta de souvenir a los fieles que acudirían al lugar, sino llega a ser por lo testarudo que se puso don Matías, el cura.
En medio del acontecimiento lo que sí puso de acuerdo a todo el mundo es que la virgen siempre se le presenta a desvalidos o a pastorcillos famélicos en la soledad del monte, como ocurrió en la aparición de Navasfrías. Pero la iglesia, que es tan lista, siempre se encarga de sacar tajada y para eso, sus habilidosos próceres tratan a sus siervos como si fueran tontos. Como en Fátima, donde llevan ochenta años vendiendo trozos de la ropa de los tres pastorcillos.
Por eso cuando llegó la aparición mariana de Navasfrías, don Matías fue el más claro. Y dijo que si se comía bien no se veían visiones. Ni la gente confundía una ventolera con un soplo de la Virgen.
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