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Se prohíbe blasfemar y escupir en el suelo
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Se prohíbe blasfemar y escupir en el suelo

Actualizado 31/12/2013

Qué recuerdos. Esos rótulos por los bares de toda mi infancia. Y eso denota en qué tiempos de Maricastaña vivió uno. Parece ya de prehistoria, y quiero engañarme con que me asemeja apenas de anteayer mismo. Sin embargo se podía tirar papeles y palillos al suelo. Y fumar (y además estaba muy bien visto). Las pocas tapas que hubiera, pepinillos, anchoas, escabeche y aceitunas verdes, seguramente, sobre el mostrador, destapadas, al alcance de los miasmas que el personal expulsara. Los vasos que se lavaban al grifo (cuando hubo grifo) o al barreño de agua y jabón de sosa y se secaban con el trapo y las manos del tabernero. Y el vino casi siempre de garrafón, la gaseosa abierta de continuo, el sifón que de vez en cuando le daba por explotar. Y el palillo plano para escarbarse los dientes picados, hurgarse la oreja, o jugando con él en la boca (casi todo a la vez). Todo eso no estaba prohibido. Sólo blasfemar y escupir en el suelo. Pero ni lo uno ni lo otro eran del todo cierto. Y si no se escupía dentro del bar se hacía a la misma puerta. Blasfemar, pues dentro y afuera. Pero con respeto, como modo de enfatizar conversaciones y hacerse oír. Eran blasfemias poco creídas, como parte de la conversación.

Sin embargo se podía ir a doscientos por las carreteras (pero los cuatro autos que había no llegaban a ochenta por hora). No había controles de alcoholemia, sí guardias civiles con capote (que solía imponer más). Casi tampoco había carreteras, claro. No existía censura en las noticias de la radio (porque era natural convivir escuchando noticias ya censuradas desde origen). Se construían grandes saltos de agua previendo los asaltos de tarifa de las eléctricas del futuro. No había bancos (o si los había ni los conocíamos por allí). El poco dinero que hubiere se guardaba en casa. Y parece que no hubiese casi pobres pues todos (casi todos) de algún modo participábamos de una más que relativa pobreza bastante igualitaria. Y no prohibían las drogas porque estaban al alcance de nadie. Tampoco se robaban ordenadores ni móviles (quizás alguna gallina, algún salchichón que se pillaba al descuido). Y cazar no estaba mal visto. Claro que no. Es más, había gentes que vivían y se alimentaban con eso de la caza y la pesca cruenta. Y muchos que vivían los toros y de los toros, de algún modo. Y sólo se tatuaban los que venían después de estar tiempo en la legión y los que trabajaron en barcos, como señas de identidad reconocibles. Y en el baile no se fiaba por si acaso. En mi pueblo no se marginaba a homosexuales varones (incluso alguno que hasta cosía en paz a la solana con otras mujeres). También se tenían a los abuelos en casa hasta morir (no existían residencias ni se las esperaba por entonces). Algún asesino sí que existía y cárceles añosas que no parecían ciudades, en las afueras, y nunca en medio de ningún sitio. Pero para contar esos asuntos pormenorizadamente estaba "El Caso" y no había llegado aún Telecinco (ni la tele a secas, claro).

Y a pesar de todo eso que uno acababa siendo casi feliz. Les juro, por éstas que son cruces (y no sé bien si debo pedir perdón por ello).

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