Hace 14 años el invierno alemán me daba la bienvenida al nuevo año tras haber pasado la Nochevieja en la puerta de Brandenburgo. Era el año 2000 y más de dos millones de personas en sus calles pensábamos, equivocadamente, que el siglo y el milenio comenzaban en aquel año que nos habían vendido como mágico pero en el que el temor a un fallo informático era bastante mayor que al de sufrir un atentado.
A temperatura bajo cero y con unos cuantos años menos encima, ni la multitud ni el frío eran lo más preocupante ante los cuadriculados alemanes, ya que lo tenían todo bien previsto y calculado (desde el transporte hasta los puestos de comida, desde los baños hasta la seguridad).
Mike Olfield fue el encargado de dar las campanadas acústicas en un espectáculo en el que no faltó su famoso Tubular bells. Luz, sonido y castillos de fuegos artificiales fueron visibles y compartidos desde Bismarckstraße hasta Unter den Linden, casi 10 kilómetros de avenidas entre la antigua Alemania del Este y la del Oeste, atravesando la puerta de Brandenburgo.
La explosión de júbilo con la llegada del año 2000 nos hizo compartir besos y abrazos con personas desconocidas durante un buen rato con el soniquete del ¡feliz año nuevo! (Frohes neues Jahr!).
El milagro alemán se estaba fraguando y posiblemente sólo ellos eran conscientes de ello. La ciudad acababa de inaugurar unos meses antes el renovado Reichstag pero continuaba sembrada de grúas y de edificios de nueva construcción. A los ojos de un español, sin embargo, la vida nos seguía pareciendo demasiado cara con el cambio de pesetas a marcos? y tan sólo el vino caliente (glühwein) y las salchichas (brühwurst), que costaban un marco, eran para nosotros precios populares.
Nunca me han gustado las nocheviejas de fiestas y cotillones y, sin embargo, he pasado la mitad de ellas lejos de casa. Aquella, sin embargo, fue especial y la recuerdo cada año. Tal vez fue cuando comprendí que todos los momentos son irrepetibles, que viajar, como leer, es vivir más, y que no hace falta que sea 1 de enero para proponerse grandes imposibles que jamás vamos a cumplir. Lo mejor es empezar el año sin desaprovechar ni un minuto, sin dolores de cabeza por el alcohol? a ver si es verdad que 2014 es el que marca el final de la tristeza, de la crisis, del paro, de la desconfianza, de la desesperanza, de la pobreza, de las desigualdades y de la injusticia social?
Mientras se cumple y cada uno ponemos todo de nuestra parte para conseguirlo, me quedo con lo que decía Shakespeare: "Siempre me siento feliz, ¿sabes por qué? Porque no espero nada de nadie; esperar siempre duele".
¡Feliz año nuevo! o, como hace 14 años, "fjuois nois ya".