El episodio de la adoración de los Magos viene narrado en el Evangelio de san Mateo: "Cuando llegaron a la casa vieron al Niño con su madre María y postrándose lo adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2, 1-12). Al no especificarse cuántos personajes eran ni su condición, los primeros artistas cristianos los representaron vestidos a la persa y en número variable entre dos y cinco. Poco a poco se fue ajustando su número al de ofrendas y, más tarde se les transformó en reyes, siguiendo la opinión del teólogo Tertuliano en el siglo II, adoptada por Orígenes de Alejandría en el siglo III. Con el tiempo, los regalos adquirieron un significado alusivo a la realeza (oro), divinidad (incienso) y humanidad de Jesús (mirra) a partir de los escritos de Ireneo en el siglo II y de san Agustín en el siglo III-IV. "Los magos, ofreciendo al Señor estas tres cosas, proclamaron que en aquel niño coexistían la regia potestad, la majestad divina y la naturaleza humana corporal" (Santiago de la Vorágine, Leyenda Dorada, cap. 14).
Poco a poco la Iglesia acogió este asunto para representar la universalidad del Evangelio. Si la adoración de los pastores simboliza la revelación del Mesías al antiguo pueblo elegido, la de los Magos de oriente hará otro tanto para los pueblos paganos, encarnando cada uno de ellos una de las tres partes del mundo entonces conocido: Europa, Asia y África. De este modo se recogían las profecías bíblicas que se referían a la manifestación ?en griego epifanía- de Cristo a los gentiles: "Te he hecho luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra", "luz para alumbrar a las naciones" (Is 4,9,6; Lc 2,32).
Los nombres de los Reyes Magos los encontramos en el Evangelio armenio de la infancia (5,10. S. VI): "Y los reyes de los magos eran tres hermanos, Melkon, que reinaba sobre los persas; Baltasar, que reinaba sobre los indios, y Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes". En los frescos románicos de Santa María de Tahull (Museo de Arte de Cataluña) y en la Epifanía de Navasa (Museo Diocesano de Jaca) se representan a los tres reyes con sus nombres, personificando las tres edades de la vida, juventud, madurez y ancianidad. En el fresco de Jaca, Baltasar es el más joven, siguiendo la descripción de Beda el Venerable, siglo VIII. Beda también afirma que Baltasar era de tez morena, corroborando la idea de las tres razas humanas que venían a homenajear a Cristo. Esta idea se impondría en la iconografía religiosa a partir del siglo XV cuando se convierte a Baltasar en un rey negro. Tal y como lo recoge ya Hans Memling en el Triptico de la Epifanía (s. XV, Museo del Prado); o la Adoración de los Magos de Durero (1504, Galería de los Uffizi, Florencia).
Los evangelios apócrifos nos cuentan también la tradición de que los Reyes Magos eran antiguos enemigos que se alían fraternalmente cuando reciben la luz de la estrella que les guiará hasta Belén, los ricos séquitos que les acompañan evocan la prosperidad económica que se deriva de esta alianza. Estas connotaciones de paz y prosperidad están presentes como en ningún sitio en El cortejo de los Reyes Magos pintado por Genozzo Gozzoli entre 1468 y 1484 para la capilla del palacio de los Medici, en Florencia. Sus frescos son unas de las escenas más maravillosas jamás pintadas sobre los Reyes Magos: los tres Reyes, los nobles y ciudadanos de Florencia, los pajes, los ángeles, los animales y los paisajes conforman una sorprendente cabalgata que recorre los muros de la capilla para adorar al delicado Niño de Fillippo Lippi.
Mientras nos preparamos para asistir al cortejo de sus Majestades de Oriente por las calles de Salamanca (lamentablemente, no tan lujoso como el de Gozzoli aunque, al menos, esperamos que acorde con la importancia de los protagonistas) y ya que el palacio de los Medici nos pilla un poco lejos, podemos recrearnos en la contemplación de una de las maravillosas tablas del retablo de la Catedral Vieja que representa La Adoración de los Magos. En ella, el pintor florentino Dello Delli parece seguir el relato del Evangelio del Pseudo Mateo (16, 1. s. VI) donde se lee: "Después de transcurridos dos años, vinieron a Jerusalén unos magos procedentes del Oriente, trayendo consigo grandes dones". Así pues, Jesús aparece aquí como un niño crecidito sentado en las rodillas de su madre en actitud de bendecir. Siguiendo la tradición flamenca, el Niño y María ocupan el espacio central de la composición, a su lado un imperturbable san José contempla la Adoración recibiendo los presentes. Los Magos comparten el protagonismo de la escena ricamente ataviados a la moda oriental. El rey Melchor se viste con un manto rojo, color de la caridad, y representa la sabiduría y experiencia de la edad avanzada, sus rodillas en tierra así lo proclaman. Gaspar, en su madurez, porta el turbante blanco, relacionado con la fe que anuncia el incienso de su ofrenda. El joven Baltasar espera su turno para la adoración vestido de verde, color de la esperanza. El fantástico séquito que acompaña a los Magos se despliega siguiendo la línea de las montañas. Toda la composición de vivos colores, especialmente el rosa, revela la influencia de la escuela sienesa y florentina de su autor.
Dejo a la curiosidad del lector la búsqueda de otras deliciosas representaciones de la Epifanía y la Adoración de los Magos que atesora Salamanca. Por ejemplo, sin salirnos de la Catedral Vieja, el fresco que repite la ceremonia de la Adoración en la Capilla de San Martín, con la estrella y las coronas de los Magos como auténticas protagonistas de la representación y alguna otra escena en la Catedral Nueva que a buen seguro el lector avezado ya tiene in mente.