Hoy, día de Navidad, me encuentro en blanco, con la mente vacía y sin saber qué poner en esta columna semanal. Las ideas se han marchado de vacaciones, como jóvenes escolares, y solo quedan restos inútiles de los que poco se puede aprovechar.
¡Es Navidad! Podría aprovechar para traer dulcificadas palabras que dan sentido a estos días. Hablar de la familia o de esos amigos a quienes, muchas veces, solo vemos en estas fiestas, podría ser un buen tema.
También podría hablar de cómo desde el primer día de diciembre, fecha cada vez más significada en el programa oficial de la felicidad humana, y durante la cuarentena que le sigue, todo mira al escaparate más dulce que imaginamos. Contar cómo se nos ablanda la costra del alma y la musculatura facial se activa provocando sonrisas que son casi muecas por lo olvidado que tienen nuestras caras este ejercicio fuera de estas fechas en que las calles se iluminan de colores y la idílica nieve, sea incluso imaginada, se adueña de cuanto nos rodea tiñéndolo todo de blanco, mientras el cine televisivo rescata viejos acetatos de dulzón sabor, promotores de lágrima fácil.
Podría escribir sobre esos publicistas responsables de que se nos metan por los ojos perfumes, juguetes, joyas o turrones, que se relajan viendo orgullosos el resultado de su obra, aunque el verdadero resultado será el que verá el empresario cuando haga balance tras la vuelta a la dura realidad que nos obligará a subir su cuesta, ya no de enero sino de cada día.
Tampoco sería mal motivo, comentar cómo algunos solo ven la fiesta y que lo de menos es darle sentido, aunque durante los días previos sus bocas se hayan llenado de hueras palabras de solidaridad comentadas en la cola de caja, mientras hacían tiempo para abonar unas compras casi siempre innecesarias. Que para eso dejaron su kilo de arroz en los locales de la asociación del barrio contribuyendo a la tradicional campaña navideña de recogida de alimentos, siempre no perecederos, para los más necesitados.
Pero, no. Este veinticinco de diciembre, día de Navidad, me he despertado sin palabras y no podré escribir ni una sola línea para la colaboración de los miércoles.
¡Lo siento!, pero solo se me ocurren dos palabras con las que espero llenar todo mi espacio: ¡FELIZ NAVIDAD!
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