La broma de Berlanga después de muerto fue dejarnos una película que no sólo hablaba del tiempo en que la hizo, hace cincuenta años, sino que se refería al futuro también, o sea, el miserable presente que nos mira hoy como en un espejo roto. Durante años, sesudos críticos cinematográficos, algunos crecidos y envalentonados con su estalinismo en el sexo y otros bajo palio, confiaban que el cine de Berlanga sería la mejor crónica de una España en negro que lavaba vergüenzas mientras exorcizaba en el esperpento ibérico el humor negro. Pero para la caridad no hay fronteras ?como dice la voz del personaje Quintanilla desde el carromato- y por una noche usted puede cenar con un pobre. Ese es el trasunto de Plácido, la impecable película de Berlanga cuya proyección sería tachada hoy de irreverente y por supuesto, secuestrada, e ilegalizada. No hay crueldad más cruda que la misma realidad y hoy Plácido está de nuevo aquí abajo, en la calle y en la acera, en casa y en la del vecino.
En este mundo de las nuevas tecnologías, de la sociedad del conocimiento, de las tablet sin libra de chocolate, Plácido tiene apellidos mientras el ministro de la policía busca en el mercado camiones con mangueras de agua para sofocar el pecado de los malhablantes y en los sindicatos se borran los discos duros imitando el modelo para armar según se sabe, que si se borra todo, nada existió. Plácido, el del carromato, sostiene que vuelve la letra y su cargo a la puesta de sol para pasar a manos de los bancos; sostiene que aquí todos hemos pedido pobre porque hay que confraternizar y que volvemos a la subasta de artistas, esas pelanduscas, para amenizar la cena de nochebuena con un anciano del asilo o un pobre de la calle, a elegir. Si de todos los argumentos de Plácido el más común es llegar a pagar la letra a tiempo, no es menos que la presidenta de la comisión de damas de la hermandad reparte una frase antológica también: "Unir a pobres y a ricos en esta nochebuena". La realidad bien entendida siempre ha sido un criterio cristiano del que se han aprovechado muchos truhanes pero sin ese mismo criterio cristiano muchas personas hoy no podrían vivir, de ahí la lectura esperanzadora de un Papa argentino, universalizador, que empieza a incomodar a los poderosos.
Una secuencia definitiva de la película: el niño recoge un belén navideño levantado en el lavabo de unos urinarios. Siempre pensé que este era uno de los planos más revolucionarios del cine, sostiene Plácido. Felices Pascuas.