Una feliz idea ha reunido en la Salina a cuatro salmantinos que han entregado su vida a algo tan aparentemente etéreo e impreciso como el arte pero que a la postre da frutos concretos, bellos, diría que inmortales por esa capacidad que tienen de simbolizar los sentimientos con que marcamos los itinerarios de nuestro tiempo como escribiendo un poemario.
Cuando la palabra artista la refrenda una vida entera, con fidelidad sin pausas,trabajo incesante y búsqueda sin desmayo, esa palabra se dignifica y vuelve a significar a unos seres especiales, poseedores de dones idóneos para habitar el mundo de la estética, de alas, de reglas e intuiciones, que es como decir de ciencia y libertad dos facultades imprescindibles para el vuelo.
Su vida encima ha sido generosa en años y salud y ha esperado a recibir una obra completa, complacida en el uso que se la daba. Se ha dado tiempo para que esa lluvia fecunda acabara por empaparnos a todos, y propiciar la siembra en otras almas. Eso en lo que consiste la maestría, que aquí es sensibilidad, es sabiduría y sobre todo ejemplo.
Cuando anunciaron la exposición 4X90, pensé en seguida que como formato iba a ser harto alargado , como para pintar un rio de perfil, una carretera o una travesía, después ya vi que se referían a la edad, de noventa a casi cien , se podría haber llamado, y confirmé que sí, que era el dibujo de cuatro ríos, de cuatro travesías. Y como tantas veces he parado en sus orillas, me emocioné y me dispuse a recibirla engalanado de alma. Mucho les debemos y venerarlos solo desdice de nuestra fama de distantes y fríos. Estuve allí a saludarlos o por agradecimiento, amistad, o por admiración.
Mi maestro Abraido ya en plena generación del 98 (n 1915), sin perder su sonrisa. Fue maestro de casi todos allí en San Eloy, y lo fue también del color. Suforma de pintar se arraigó en Cezanne y Vázquez Díaz, y la mezcló con el optimismo de su bonhomía, me decía-hay que buscar la emoción del color, él siempre la ha vivido,- estos rosas y malvas más cálidos, sáqueselos al rojo inglés con amarillo de Nápoles, con blanco no, que el blanco ensucia los colores, no use tanto el bermellón que más que color es un poco colorín, profundice ese negro con carmín de granza?
Se exponen retratos antiguos, bodegones (naturalezas muertas con colores vivos), el mejor laboratorio del color, y paisajes, el encinar y la Salamanca auténtica, esa que se nos pierde, siempre en sus cuadros. Todos los azules, todos los verdes todos los violetas, cada pincelada distinta de otra pincelada, posadas en el lienzo sin sobarlas ni amasarlas.
Campo de San Francisco (1937) Oleo sobre lienzo 110×90 cm
Un concilio de torres que señalan el cielo como los cipreses eternos por donde igual de inmortal pasea un Unamuno, solitario, diminuto. Hay invierno y hay guerra, pero el aire es claro. Todo está construido con meticulosidad, las nubes buscan con sus miles de malvas transparentes el precioso matiz de la belleza, todos los verdes rodeando la paz de la fuente, verdes tiernos, profundos, verdes de sombra y de luz, y en primer plano los árboles esqueletos de blancos ramajes que seguro que al fin re verdearan.
Es un cuadro hermoso. Me fijo en su fecha temprana. Mi ciudad decidió ligar el nombre de Abraido al de los bodegones frutales donde membrillos, granadas o melocotones rebosaban vida, claro, buen color siempre denota buena salud. Sin embargo, siempre he pensado que el mayor recorrido en mi maestro se alcanzó en el paisaje, su mayor libertad, que en este caso no demanda expresionismos exacerbados, sino moradas plácidas, bien compuestas, cimentadas en el intimismo, otra vez, en la emoción del color.
Todos sabemos que María Cecilia es una pintora excelsa, portentosa, que su fuerte personalidad se arraiga en la sabiduría, que es también estudio y esfuerzo, y en una sensibilidad peculiar en su mirada. Toda su obra es especial, unas composiciones siempre en movimiento trazando diagonales que no rehúyen lo oblicuo en aras de situar a personajes y elementos en el plano preciso que potencie una narración.
Tanta maestría acumula, que su pintura, fuertemente expresiva, nunca rebasa el límite del azar, como si pintar fuera para ella dominar, tanta que no se acortan sus alas en la búsqueda, sino que a todo, hasta a lo más recóndito, llega venciendo. No es nuevo, ya Velázquez era pintura y pensamiento unido, lo que aquí más me choca y agradezco, es que ciencia y expresión vayan tan unidas, más cuando nos han acostumbrado a ligar expresionismos con gestos, trazos inconscientes o improvisaciones que ejecutaban una buena parte de estos autores. ( Kokoschka, Kirchner, Karel Appel, no digamos expresionistas abstractos, Jorn, Pollock, de Kooning).
Su estilo es pues fruto de una indagación personal ajeno a modas que busquen una aceptación externa, "mi interés se centra en crear una obra que despierte mi interés". Ese tremendo desafío de una exigente aceptación personal en alguien de su cultura artística, la acerca en nuestros ojos a una excelencia diametralmente alejada de toda ostentación pues se dirige a complacer el alma.
Reconozco a dos pintoras que allí me llegan de especial manera. Una es Carmen Laffón, sevillana, quizá más lirica, igual de maestra, la otra María Cecilia, más escondida; no creo que su pintura sea solo femenina, la entiendo solo como buena pintura, amorosa. Nunca fueron de "mujeres pintoras", ni se refugiaron en el género ciertamente maltratado, mostraron sus pinturas y por sus pinturas ante todo las reconocemos.
María Cecilia es señora y señorío pero su pintura nunca ha perdido frescura y juventud. Es una pintura que relata, que ensueña. Se resuelve en masas de color muy matizado, con pinceladas sorprendentes que desvelan variadas texturas. Nunca un cuadro liso, ni simple, ni acabado, si no dispuesto a ser mirado largamente, como para acompañarte en tu vida.
Abuela de María Cecilia Martín (1966) Óleo s/ lienzo. 64 x 54 cm
Se diría que estamos ante un Nonell, más matizado, más dulce, sin ese exceso de aceite que ennegrece el tiempo, pero con los mismos trazos valientes de un pintor de raza. Aquí, como tantas veces en su obra hay una mujer, su abuela, digna, sabia, sin adornos, real, sin poses ni aspavientos. Se intuye que ha recorrido todos los paisajes de encinas y trigales con que alfombró su autora su camino. Dorados de sol que secan la piel y la mirada, verdes como pozos en el encinar perenne de nuestra charrería. Estas mujeres sabias que María Cecilia reivindica siempre fueron la sal de esta tierra. Y con tierra las pinta, las modela sacándoles una feminidad, zumo de lutos, de sombras tatuadas y de tanto amor?
Este cuadro, como muchos otros de esta autora, no me digáis que no es cuadro de museo. Está pintado todo, con todo el saber de siglos de pintura, es un retrato que contiene una vida, que además es pintura, y escritura y poesía.
Está pintado tejiendo y destejiendo como se hace la vida, las pinceladas a impulsos meditados, subyugando su fuerza sin perder esa vibración que el cuadro contiene, con colores sentidos hasta hacerlos personales, tan bien dibujado como desdibujado, casi un abrazo de mujer a mujer.
No sé si me ha salido un panegírico .Yo para algunas cosas soy muy enamoradizo, y este es el caso, tanto que había dispuesto escribir de los cuatro y la escultura, de momento, se me ha quedado fuera. Mejor panegírico que mamotreto, para otra vez.
Y así solo me queda por hoy recomendaros que os adentréis en esta exposición 4×90, que es la mejor forma de agradecer sus vidas y un gustazo comprobar que no todo en la ciudad es peyorativamente provinciano, que hay amores pequeños que trascienden lo universal. Que hay motivo para sentir orgullo y os garantizo ese gozo que reporta pasear por el museo (hoy inexistente) del mejor arte de nuestros venerables maestros.
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