Estoy escribiendo el día ocho de diciembre, fiesta de la Inmaculada, en medio de los ecos de la muerte y de los funerales de Nelson Mandela.
Para los cristianos, este tiempo de adviento, que prepara la Navidad, es tiempo de espera y esperanza. Quizá no es tan fácil en estos tiempos de corrupción y de inmoralidad, encontrar algunos signos de esperanza que mitiguen los nubarrones de nuestro vivir en medio de tinieblas y, en muchos casos, de desesperación.
Yo quisiera ver algunos signos de confianza y luz, y ponerlos a consideración, por si a alguien pueden servirle de orientación y apoyo o aliento para la vida del porvenir.
Un signo de luz, para los creyentes es esa Virgen limpia de toda corrupción desde el momento mismo de su Concepción, a la que los cristianos, como consecuencia, llamamos Inmaculada. Es la señal de la victoria sobre el mal, el pecado y la muerte, de esa mujer que en el Apocalipsis se enfrenta al dragón maligno que intenta tragarse al hombre niño débil apenas esté a punto de nacer. El apocalipsis solemos leerlo a veces como signo de destrucción, cuando lo cierto es que es un libro escrito para dar confianza a los atribulados por cualquier causa, y que necesitan ser fortalecidos para vencer cualquier dificultad. Aquí tenemos hoy a una mujer, una de nuestra raza, que ha vencido el mal del pecado y de toda debilidad humana, frente a aquella otra mujer, Eva, que se dejó arrastrar por la serpiente del mal en el campo feliz del paraíso. Si una mujer ha vencido, todos nosotros estamos destinados a participar en la misma victoria. No tenemos derecho a la frustración ni a la desesperación.
Pero si todas esas reflexiones pueden parecer demasiado piadosas y válidas sólo para creyentes de buena voluntad, ahí tenemos otro signo más cercano y humano, que convence a todo el mundo y que de alguna manera lo redime de toda clase de maldad, violencia y causa de desesperación. Nelson Mandela es ese hombre que ha superado las tentaciones de revancha después de los veintisiete años de permanencia en la mínima cárcel que le albergó en condiciones verdaderamente limitadas y aparentemente deshumanizadoras. A ese hombre todo el mundo lo ve como signo de la posibilidad de redimirse que tiene el hombre más allá de toda tentación, pobreza, indigencia, miseria humana y falta de libertad. Podemos tener esperanza. ¿Será que la esperanza viene de África? ¿Acaso podrá llegar hasta nosotros en la fragilidad de unas indeseadas pateras?
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