Resulta casi tan difícil recordar la búsqueda de información que realizábamos no hace demasiado tiempo en una enciclopedia como intentar encontrar una persona que no tenga teléfono móvil, tablet -ambas cosas- o no esté familiarizada con Internet.
Así es como empieza la nomofobia, una enfermedad del siglo XXI con la que no se nace, sino que se hace. Proviene del inglés al unir No Mobile Fhobia y representa el miedo, la angustia, el pánico y el sufrimiento a no estar conectado a Internet o al teléfono para poder interactuar.
Sobran más comentarios en las definiciones porque o bien nos sentimos identificados en algún momento o conocemos a alguien que, sin saberlo, sufre esta enfermedad de nuevo cuño. El origen está claro, el avance de la tecnología ha sido tan exponencial en los últimos años que no sólo ha condicionado nuestros usos y costumbres, sino también nuestro comportamiento. Aquello de facilitarnos la vida, poner a nuestro alcance conocimientos y acercar distancias a la hora de comunicarnos ha ido degenerando en una dependencia sin medida y en una vida en la que confluyen prácticamente en un mismo terreno las cuestiones de trabajo y las personales.
Los usuarios, desde los más adolescentes que han desarrollado el dedo pulgar gracias a la tecnología, hasta los más mayores que han hecho el esfuerzo de bucear en los avances técnicos sin complejos, nos enfrentamos a esta especie de necesidad de estar siempre conectados, una vida 2.0 en la que cedemos parte de nuestra identidad a las redes sociales a cambio de sentirnos falsamente más informados, acompañados, entretenidos y mejor comunicados. Pensábamos que era obligatorio dar ese paso para no quedarnos atrás en la modernidad y lo que hemos conseguido es deshumanizarnos.
Un vídeo que circula por las redes sociales revela un experimento sobre cómo influye lo que contamos de nosotros a través de Internet. Un falso adivinador es capaz de sorprender a sus interlocutores sabiendo sus sueños, anhelos y proyectos a la vez que destapa situaciones de su pasado sólo consultando sus perfiles en las redes sociales. Todo sorprendente, pero legal y a la vista.
Estamos no sólo vigilados, como se ha puesto de manifiesto recientemente, y espiados, sino también acorralados y esclavizados de manera consentida. Pongámonos límites a la tecnología, desintoxiquémonos de la dependencia y disfrutemos con un libro, con un café y con una conversación cara a cara, aunque sea de vez en cuando? pero con el teléfono lejos y apagado.