Como muchos otros emprendedores, antes de poner en marcha mi propio proyecto, trabajé en y para negocios que no eran de mi propiedad. Durante buena parte de mi vida profesional, pasé por varios empleos en los que recibía una retribución a cambio de prestar mis servicios.
El caso es que en todos ellos, cuando tenía que responder ante un cliente, ya fuera por una sugerencia o por una reclamación, siempre me esperaba la misma pregunta:
- ¿Eres tú el responsable?
En aquel momento, cargando mi respuesta con la asertividad debida, contestaba lacónicamente:
- Por supuesto.
Y ahí comenzaban los clásicos tira y afloja, dimes y diretes y demás rifirrafes entre empleado y cliente.
El tiempo, como en otras tantas cosas, me ha demostrado que esa responsabilidad sólo se fundamentaba en lo que se suponía que eran las tareas de mi puesto.
Si os dais cuenta, la palabra RESPONSABILIDAD se puede dividir en dos; RESPONS Y HABILIDAD. Es decir, la habilidad para responder de manera eficiente ante circunstancias diversas.
Cuando desempeñamos un puesto de trabajo remunerado, respondemos en función de unos criterios, con mayor o menor acierto, pero siempre con la limitación de no tener la última palabra.
Otorgar la responsabilidad final a otros es cómodo, nos confiere cierta seguridad y permite salvaguardar a la empresa de decisiones individuales erróneas. Aunque a cambio limitamos nuestra libertad de acción.
Muchos emprendedores valoran esa libertad cuando lanzan su propio negocio: Implementar sus propias ideas, llevar a cabo sus propias iniciativas sin cortapisas. En definitiva, tomar el timón de su destino profesional. Ahora bien, como dice Fredy Kofman: "La libertad no significa hacer lo que uno quiera, la libertad significa elegir, frente a una situación dada, la respuesta más congruente"
Por tanto, la libertad comporta responsabilidad. Si somos los responsables de las decisiones, seremos los protagonistas de los resultados. Y al revés, si cedemos esa libertad, haciendo responsables a otros, perderemos nuestra capacidad de influencia sobre lo que pueda ocurrir.
De hecho, estamos acostumbrados a ceder ese protagonismo. Si echamos la vista atrás, en el colegio, cuando sacábamos una nota mayor de 5, habíamos aprobado, y si era menor; me habían suspendido y fijaos que casi siempre en contra de nuestra voluntad.
Bromas aparte, hemos crecido cediendo esa libertad. Nos hemos acostumbrado a ser víctimas, no culpables. "A mí las cosas me pasan", si éstas salen mal, yo no he hecho nada para que así sea. Y al revés, por supuesto, si salen bien tampoco dependerán de mí.
No se trata de ser culpables o inocentes. Es una cuestión de protagonismo. De elegir nuestra manera de pensar, nuestra actitud y ser responsables de nuestro desempeño.
Parece claro, que si quiero que mi negocio vaya bien he de erigirme en su máximo responsable, no porque lo ponga en la puerta o la tarjeta, si no porque quiero y asumo ese papel.
Pero mucho cuidado con los LADRONES DE LA RESPONSABILIDAD, vendrán en cualquier descuido, cuando más seguros estemos de esta nueva actitud, para recordarnos lo bien que se vivía con el puesto de víctima.
Os presento los nombre de las tres más buscadas: LA QUEJA, LA CULPA Y LA JUSTIFICACIÓN.
Las tres pretenden el mismo botín; diluir tu responsabilidad, entregársela a otros y buscar cómplices para tu culpabilidad. Pero por suerte tenemos el mismo sistema anti-hurtos para cada una: Nuestra confianza y seguridad.
Daniel Meléndez @Danimenen