Más de la mitad de los españoles no la hemos votado. Y aunque nos quieran convencer de lo inmaculada y maravillosa que es la Constitución, yo no la quiero.
La dichosa Carta Magna fue un apaño de hace 35 años. Se pusieron de acuerdo dos grupos de señores. Los que venían mandando en las cuatro décadas de dictadura y los que no pudieron acabar con la dictadura y querían apuntarse a la cosa de mandar. Y mangar. Y así lo hicieron. Y bautizaron este birli-birloque con el sacrosanto nombre de "Transición". Así, con mayúsculas. Y se metían al español acomplejado, gris y sin contacto con el exterior, en el bolsillo del incipiente consumismo. Y todo quedaba justificado aprobando la Constitución.
En ella los comunistas aceptaban que nunca habría comunismo; y los socialistas que nunca habría socialismo. Los democristianos que no serían demócratas ni, por supuesto, cristianos. Los conservadores que conservarían, pero sin exagerar. Y todos juntos que lo mejor era olvidar.
Se cercenaba cualquier postura extrema. El centro era el poder. Un centro tan de circunstancias que hoy hasta cuesta recordar.
Por aquel entonces hacía falta un poco de sentimiento patrio. Aunque no fuera en todo el territorio. Se favorecieron los nacionalismos para dar colorido al asunto. Y un poco de rollo autonómico. Un disparate para contentar a los familiares, amigos, conocidos y demás allegados al pesebre de la falsa democracia. Un sistema asentado en un rey elegido y formado por el dictador, en una injusta ley electoral y sin cerrar las heridas de cuatro décadas de atropellos.
La Constitución ha servido para disimular y legitimar un único modo de gobierno y trinque. Aunque el pueblo ?al que los muy cachondos han depositario de su vieja, desfasada, prostituida y dictatorial Carta Magna- viviese en la ilusión de que podía elegir una u otra forma de gobierno que ha sido, desde entonces, el mismo. Vamos, que los ratones pueden elegir al gato negro o al de rayas, pero a un gato. Y en esas estamos. Celebrando una Constitución que se empeñan en mantener los hijos de quienes la inventaron para seguir heredando privilegios, para seguir viviendo de lo público aunque todos estudien en lo privado; para seguir sirviéndose de aquellos a los que tenían que servir; para acallar las voces disidentes a las que rápidamente tachan de desestabilizadoras, anti demócratas, anti sistemas, terroristas y no sé cuántas cosas terribles más. Y no. Ya estamos hartos. Estamos indignados. Estamos hasta ahí mismo de que el poder siempre esté en manos de los poderosos. De que la justicia siempre caiga del lado de los injustos. De que nos anestesien con el control absoluto de los medios de comunicación. De que se piensen que somos tan gilipollas que no nos damos cuenta de que se están riendo en nuestra cara al tiempo que nos roban y nos hacen responsables porque fuimos nosotros, el pueblo español, quienes votamos su puta Constitución.
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