En las conclusiones del encuentro sobre "Investigación y envejecimiento" que ha tenido lugar esta semana en la Universidad de Salamanca, se ha denunciado el incremento de afiliados a un nuevo oficio femenino dedicado al cuidado de los mayores, en condiciones laborales de esclavitud, pues se realiza en horario indefinido, sin derechos reconocidos y recibiendo como salario la sonrisa desmemoriada de los ancianos demenciados.
Es evidente que las mujeres oficiantes de tan marginal trabajo, pertenecen a la clase obrera, carecen de bienes y ofrecen sus servicios con la misma entrega, silencio, generosidad y renuncia que siempre han tenido las mujeres en las tareas domésticas, tan despreciadas socialmente, menospreciadas laboralmente y poco reconocidas familiarmente.
Al parecer, serán mujeres las que se ocuparán de aliviar la "tontuna del abuelo", restaurar su desmemoria, devolverle rostros familiares, orientarles en sus paseos, amortiguar sus reacciones y facilitar la convivencia. Trabajadoras por amor que tratarán de curar lo incurable, porque en el 2.050 la sociedad necesitará el triple de las que ahora se dedican abnegadamente a cuidar los 34 millones de personas que padecen demencia en el mundo.
Estos ángeles custodios de la memoria serán las nuevas mesías femeninas, redentoras de la tercera vida, porque las personas mayores no interesan al mercado, ni son inversión rentable, ni generan beneficios, ni merecen concesión alguna, como ya anticipó desde Japón el responsable del área económica, Taro Aso, pidiendo a los ancianos que se dieran prisa en morir para ahorrarle dinero al Estado, es decir, a los de siempre, que han hecho del Estado su patrimonio.
Eso mismo debió pensar la viceconsejera de Asistencia Sanitaria de la Comunidad de Madrid, Patricia Flores, cuando preguntó públicamente si tenía sentido que un enfermo crónico viviera gratis del sistema, sin percibir que los ciudadanos le siguen pagando un sustancioso salario por su demencia perpetua.