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Un sindiós
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Un sindiós

Actualizado 06/12/2013
Fructuoso Mangas

Así se llamaba, con premeditación, un grupo musical madrileño anarco y punk de los 90, cuyas letras escandalizaban a los más atrevidos. La palabra no está aceptada por la RAE, pero se usa con frecuencia. Y expresa, si no se le dan otros sentidos derivados, una situación sin orden ni concierto, con el matiz, indispensable en esta palabra, de que se trata de una situación que no hay quien la explique ni la arregle, ni siquiera aunque venga un dios a intentarlo. La palabra tiene fuerza y las connotaciones que evidentemente lleva se la duplican.

Y del sindiós quiero escribir hoy. Porque parece efectivamente un sindiós. Y me refiero ahora a lo que se abarca desde Canarias o Melilla hasta Finisterre o Portbou, pues da la mala impresión de extenderse día tras día por esta tierra nuestra una especie de pandemia de males varios, pequeños, medianos y grandes y todos sin arreglo.

Un día son las concertinas, ese invento de la Primera Guerra mundial al que así llamaron porque se estiraban y encogían como la concertina, instrumento musical de fuelle. Y ya es crueldad que de lo que significaba acuerdo y concierto se haya llegado a lo que sirve para herir y separar. Esto es un sindiós.

Y otro día, sin salir de Melilla, resulta que los capitales van y vienen tan anchos y tan ilegales por encima de fronteras y no hay problema, mientras que a la vez las personas, me refiero a las pobres, claro, no pueden ir ni venir a no ser con condiciones y con concertinas por medio. Y esto también es un sindiós.

Y al día siguiente el fabricante, ¡con patente por cierto!, declara que las cuchillas de Melilla son uno de los modelos menos agresivos entre los once que fabrica y que exporta a medio mundo. ¿Y no podría haber sido uno de los objetivos del milenio barrer de la faz de la tierra a todas las alambradas con púas y sin púas, con cuchillas y sin cuchillas, con concertinas o sin concertinas?. Y esto es otro sindiós.

Y otro mal día te enteras de que en España están prohibidas las alambradas de púas para evitar que se lesionen los animales. Ah, claro, elemental, querido Legislador.

Y empecé por Melilla y las veinte líneas no me dan para más, pero subiendo hacia arriba en el mapa, hay docenas y docenas de sindiós por toda la geografía. Y no me resisto a preguntarme la altísima sinrazón por la que un policía, o dos, le arrebata a Antonio, el músico callejero de hace años junto a La Purísima en Salamanca, sus instrumentos sin explicaciones, sin medio papel, sin notificación de nada y por fin, a los diez días, ha podido averiguar que si paga cincuenta euros se los devuelven. Otro sindiós, pequeño, es verdad, pero sindiós. Y así hasta Finisterre?

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