Estos días de atrás, mi memoria ha regresado por un momento a su infancia más tierna, aquella de cuando los recuerdos carecen de lado oscuro, y he vuelto a sentarme en el porche de casa junto a uno de los primeros amigos de los que soy consciente. El primer amigo sincero de una infancia feliz. Farruco, el mendigo, quien siempre tenía unas palabras para mí y un manoseado caramelo para mi boca a pesar de la insistente oposición de mis progenitores. Confidencias precoces inimaginables en los días que ahora nos viven.
También esta pasada semana, recibía Salamanca a un representante de la farándula, del cutrerío o de la filosofía esnob, que no sé como denominarlo, con el loable cometido de formalizar la presentación de un libro. Libro de contenido desconocido pero imaginable tras la contemplación del autor.
El tal o la tal Shangai Lily, seguramente nombre ficticio o artístico, aprovechando viaje, se vino hasta aquí provisto de una escalerilla de mano, supongo que imprescindible en el equipaje de cualquier personaje de tan llamativo nombre, para poderse encaramar a la misma y lanzar un trabajado salivazo, que no creo esputo, contra el transgredido medallón que circunda la efigie de Francisco Franco.
No soy quién, pues carezco de argumentos, para juzgar la conveniencia de que dicho medallón ocupe el lugar que ocupa o merezca algún otro, que bien podría ser el museo de la ciudad, del que también se podría hablar largo y tendido, o la escombrera de Doñinos, privándonos entonces de parte de la obra de Damián Villar.
En su favor, y de cara a los medios, Lily argumenta que con esta acción pretendía entregar "un bonito regalo en forma de escupitajo" a la figura deFranco en nombre de "las más de cinco mil personas encarceladas por el franquismo debido a su condición de homosexuales".
Ciertamente, no es que sea el único con semejante comportamiento en esta ciudad, que hasta hubo que pintar santos en los muros del Alma Mater para evitar los orines de becados y togados, pero seguramente sea el salivazo más difundido en los medios escritos y visuales que jamás se haya lanzado en nuestra adorada ágora. Y eso, por hacerse con premeditada publicidad, debiera ser tenido en cuenta a la luz de nuestras ordenanzas municipales, las cuales, dicho sea de paso, no suelen pasar de papel mojado.
Sinceramente, no imaginaba al tal o la tal Shangai Lily, de glamour exuberante por lo observado en reportajes gráficos, realizando tan hombruno ejercicio, propio más de gargantas irritadas por tabaco de cuarterón y cantos de taberna, sino ejerciendo su venganza con la sutileza del burlesque. Pero hay veces que el vestido de seda no acaba de cubrir por completo y siempre asoma algo por debajo.
Entre mis recuerdos infantiles no está el de Farruco, sobradamente conocido por su desafección con el régimen y su caudillo, escupiendo intencionadamente a nada ni nadie y no sería por falta de motivos. Y es que, con frecuencia, la elegancia se esconde mejor tras una botella de vino barato que bajo una boa de plumas.
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