Mi padre siempre dice: "hay que ser un revolucionario a los dieciocho, para ser un buen liberal a los cuarenta, para terminar siendo un conservador a los setenta". Lo que no se da cuenta mi padre es que los tiempos han cambiado, que la cadena se rompió cuando empezamos a "comprar" a los jóvenes. No les interesan ni la política ni la economía. Las guerras las ven por la CNN como si fuera un videojuego. Están completamente insensibilizados a los problemas que se suceden a su alrededor.
Sé que son palabras que pueden sonar rancias y anticuadas, similares a las que dicen nuestros padres o abuelos. Pero hay una diferencia: Se ha perdido la dignidad. ¡Ojo!, no pretendo ser generalista, sé que existe una minoría juvenil que se sigue esforzando por cambiar el mundo de una u otra manera.
En España, cuando miles de personas están en una situación de necesidad aguda, aparecen los que denomino: "subvencionados". Son chavales de dieciocho a veintitantos años, hijos, sobrinos y nietos únicos. Sus padres pagan como pueden la Universidad y sustento de sus vástagos y, al mismo tiempo, tíos y abuelos hacen una aportación monetaria para sus "gastos". Total, que estos jóvenes reciben una subvención familiar de mil cuatrocientos euros de media que utilizan para los gastos de la universidad. ¿No era gratuita, entonces en que se lo gastan?
Lo que más me indigna, es que después estos "subvencionados", salgan pancarta en mano jaleados por mostrencos izquierdistas que terminaron la carrera allá por los ochenta, reclamando al ministro de turno más dinero para becas, y así poder seguir calentando los asientos de las facultades y, al final, pasar sin pena ni gloria por una carrera que jamás ejercerán.
La esperanza que tengo es que, cuando empiecen a trabajar duro para conseguir llegar a fin de mes, recapaciten y le digan a su prole: "No hijo, tú no vas a ser un subvencionado como lo fui yo, tú serás una persona de provecho".
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