Me da miedo abrir el periódico, temo conectar la televisión, tiemblo moviendo el dial en la radio. El motivo es el horror a vivir cotidianamente con el dolor. Las informaciones no son halagüeñas, vamos, que son pésimas. O incluso peores. A diario las noticias nos atribulan con el aumento del paro, niños que hacen una sola comida al día (con suerte), familias que pierden sus viviendas?y estas misivas van acompañadas de imágenes que se clavan como puñales en el alma. Y sé que todos esos horrores los están sufriendo mis conciudadanos. Ya no están lejos, en el África tropical ni son los chinitos del Domund.
Y me viene a la mente toda una generación de jóvenes a los que se les está robando la posibilidad de trabajar, de acceder a su primer puesto de trabajo, a independizarse de su familia para crear la suya propia. Mis propios hijos pertenecen a esta generación perdida.
¿Quién o quiénes son los causantes de tan odiable situación? Pues como siempre, los que toman las decisiones económicas y políticas. Pero, si medito un poco más, profundizando en la cuestión, tengo que confesarme a mí misma que parte de esos poderes están integrados por personas de mi generación. Y mi recuerdo se vuelve a tiempos pasados, cuando éramos jóvenes y todos (¿) confiábamos en que íbamos a construir una España libre, democrática y solidaria. Y una constata los muchos cambios que ha habido, sobre todo respecto a la solidaridad. Debí entenderlo mal. Eran solidarios con, para y entre ellos (los poderosos).
Así pues, como quiero seguir mirando a mis hijos de frente y sin avergonzarme, decidí hace tiempo bajarme del autobús generacional y levantar mi voz para decir: ¡BASTA YA, NO AGUANTAMOS TANTA INJUSTICIA! Habéis dejado, políticos, las arcas públicas vacías mientras llenáis las vuestras. Se nota que no lo pasáis tan mal como los gobernados, pues no hay fotografía en la que no salgáis con una sonrisa profident.
Sí, os estáis cargando la educación, la sanidad, la libertad, pero?qué os importa. No va con vosotros. Colegios y universidades privadas y, aún mejor, en el extranjero, médicos y clínicas de pago, y la ley, bueno, esa,pura y dura, solo se aplica a los ciudadanos.
De momento, sufrimos y aguantamos, pero ¡ojo! Cuando se pisotea en exceso a los de abajo, llega un día en que el pueblo estalla. Yo no llegaré seguramente a ver el cambio, no obstante habrá un mañana mejor que el presente. De momento, el corolario de la fábula de Esopo es cierto: cuando un lobo se empeña en tener razón, pobres corderos.