Es hoy una palabra maldita, sobre todo para los que la sufren con especial gravedad. Y con razón. Por eso la primera reacción son gestos de indignación y actos de protesta. Hace unos días, el día 17, estuve en el último en la Plaza Mayor de Salamanca. Éramos los 50 de siempre, claro. ¡Qué cosa!.
Pero hay más tras esta palabra y la realidad que representa. Así, "crisis", llamaban los griegos al acto de separar las partes para entender mejor el todo, de abrir algo para conocerlo con más precisión. Y a eso nos tendría que llevar esta situación tan "crítica".
La crisis debe llevar a los poderosos, en cualquier campo, a separar intereses de clase o de partido y descubrir el bien común. A las cuatro docenas de corrompidos en cualquier espacio social que se señale, los lleve la crisis al banquillo y a la justicia. A los ciudadanos de a pie o de a medio pie, como un servidor, a descubrir que cierta euforia provocada, supongo, nos ha llevado a un consumo irresponsable, prepotente y derrochador, con ofensa incluida contra los más últimos de la fila que sea. A los que han vivido, y siguen viviendo, en la abundancia sin problemas, la crisis los empuje a reconocer su indudable exceso, su ganancia discutible y su responsabilidad en el problema. A los que siguen igual de bien que antes de la "crisis", sean Bancos, empresas, familias o individuos, a proponerse remodelar criterios pero dando salida a su dinero, sin B ni caja fuerte ni calcetín: dinero que se mueve pan que da, decían ya hace siglos.
Como en toda enfermedad el pico de la crisis puede ser el comienzo de la mejoría. Pero hay que provocarla, reclamarla y hacerla, claro. Y entre todos. Y si no, volveremos a lo mismo.
Por eso puede valer de resumen el aforismo de Hipócrates hablando de la medicina, pero válido para cualquier crisis: "La vida es corta, el trabajo largo, la ocasión fugaz, falaces las experiencias, la crisis difícil". Nunca mejor dicho y fue? hace 24 siglos.
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