Buscaba una palabra para definir mi labor como amo de casa y debo decir que hasta ahora, por diversas razones ajenas a mí, en el hogar había sido un austrolopiteco, o sea, el congénere masculino más lejano del que tenemos noticias.
Entre los austrolopitecus y todos los primates que nos sucedimos hasta llegar al homo u homa sapiens, y al estrambote que vino después, las austrolopitecas se quedaban en la cueva a encender fuego, enseñar a los niños, coser pieles para hacer ropa, lavar, cocinar, tirar la basura ?no olvidemos que el hombre es el animal que más basura desecha, digamos que hablo de Madrid?, planchar, bueno esto último no, que aún no había luz eléctrica, aunque yo conocí planchas de carbón, pues sí, entonces sí, a planchar, y a zurcir, que ¡ojo! vuelve de nuevo, o a coser botones; vamos, que no tenían tiempo ni para depilarse.
La tarea de los varones en el hogar se limitaba a sacarles punta a nuestros arcones de madera para tenerlos a punto para la caza, el resto del tiempo lo dedicábamos al himeneo, pero no sé, no piensen mal, que esto creo que significaba estar de boda o de fiesta. Después, tomábamos el whasap, que en aquella época era de piedra, y nos poníamos en contacto con los amigos. La pedrada y cinco silbidos era la señal. Los relojes aún no se habían inventado, pero yo escuché cierto día al señor Punset en Redes y decía que la intuición era más importante que la razón. Por tanto, las cinco de la mañana la intuíamos por el canto del gallo. Después, echábamos a andar con una bota, ¡pero no me digan que el vino aún no se había inventado!, pues ya tiene mala uva; digo bien, la bota, el perro (dicen que se domesticó hace 25.000 años solamente, yo no me lo creo) y cantando canciones de Julio ?¡¡¡yeeaah!! ? a la caza de búfalos, osos y otros dulces animalitos.
Pero a la hora del recuento siempre se quedaba algún austrolopiteco por el camino. Y como éramos así, aliviábamos el tema con chistes de Gila: "Ese tendero ladrón, que cuando falleció mi cuñado, me dio cien gramos de menos en el pésame". "Jajajajajajaja", exclamábamos al unísono.
Después, al llegar a la cueva, ante la muerte siempre se decía lo mismo: "Algo teníamos que dar a cambio? ¿No?". La austrolopiteca viuda callaba, pero para sus adentros sabía que aquella camada de primates, nuestra familia entonces, no iban a echar de la cueva a ella y a sus austrolopitequitos. Digo esto porque ya se sabe qué ocurrió después, cuando unos austrolopitecus poderosos, con más dinero que compasión, se hicieron amos de la Tierra, y si nacías pobre, porque ya estaba todo repartido, a una viuda sin recursos, junto a su prole, la echaban de las casas si no podían pagar la renta. Y por nombrar un caso extremo, aún hoy, en ciertos lugares de la India, se practica el sati, que no es ni más ni menos que inmolarse en la pira del marido muerto para saciar las ansias de falsa dignidad en una sociedad enferma.
Si me preguntan el porqué de todo esto, ya lo dije al comienzo del artículo, he cambiado, y las mujeres también han cambiado. Afortunadamente los papeles se pueden compartir o intercambiar muchas veces a lo largo de la vida. Hoy, por ejemplo, sin derecho a sueldo, he hecho las camas, una tontería porque luego se tienen que deshacer, he planchado catorce camisas, ocho pantalones y la mar de trapitos, además de dar al botón del lavaplatos, la lavadora, fregar baños, quitar el polvo, etc., y he terminado cansado de verdad. Pero no me quejo. Lo considero un chollo, pues esto mismo lo han hecho (y lo hacen, que es peor) muchas mujeres antes de ir a trabajar.