El otro día leí una buena noticia: "El consistorio realizará obras en la plaza Vidal para evitar que se inunde". No pude por menos de sonreír mientras contemplaba la segunda noticia: "Licitadas obras anti reventones en seis calles del rollo". No me malinterpreten, no me reía de ninguna de ellas que, sin duda, son dos grandes noticas para nuestra bella ciudad. Lo que ocurre es que por mi mente pasaron las imágenes de la Gran Vía llena de mangueras asomándose por las puertas de los sótanos, como enormes gusanos que emergen de las profundidades de la tierra, mientras vomitan cientos de litros de agua.
Esta peculiar escena ocurre en cuanto los nubarrones estivales asoman por el horizonte, haciendo temblar a todos los propietarios de negocios que tienen algún sótano en la Gran Vía. Bueno, realmente son pocos los que se atreven ya a tener algún comercio en las entrañas de esta calle; ya que, después de casi treinta años de inundaciones, se cansa uno de hacer el "panoli". Por no hablar ya de que ni siquiera las aseguradoras se atreven a garantizar los bienes de los últimos de Filipinas.
Haciendo un recuento rápido de los posibles sótanos vacíos de la Gran Vía por esta situación, me sale un cálculo escalofriante de perdidas, únicamente por no alquilar. A saber: unos quince o veinte mil metros cuadrados paralizados, a razón de diez euros el metro cuadrado al mes, supone dejar de ganar unos dos millones y medio de euros al año. Hagan ustedes el cálculo de treinta años así ¿Creen ustedes que se podía haber pagado la obra? Yo, desde luego, sí.
En fin señores, que ya conozco yo unos cuantos que han llamado a la húmeda Venecia y encargado media docena de góndolas, para que cuando llegue el verano puedan entonar el O Sole Mio, a ver si algún turista despistado contrata sus servicios y, por lo menos, la factura de los bomberos le sale gratis, que esa es otra.
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