Es conocida mi afición al fútbol. Durante décadas he sido socio de la UDS, a quien se echa de menos cada fin de semana tras su dramática desaparición en junio pasado. Uno de mis primeros recuerdos de niño, cuando mi padre acababa de regresar de Holanda donde fue emigrante por motivos laborales, es haber ido con él a un bar del barrio Vidal (vivíamos entonces en la calle Miranda y Oquendo), a ver la final del Mundial de 1974 donde Alemania venció a Holanda por 2-1. Entonces no había televisión en casa.
Unos años más tarde, viviendo ya en el barrio Garrido, junto con uno de mis amigos, Florencio, empezamos a entrenar en pretemporada en un equipo alevín, llamado "Muebles Blasón". Al finalizar la misma, Floro, que es como le conocíamos, tuvo ficha y jugó de central. Yo me quedé sin federar, pero no perdí la ilusión: fui a entrenar con él, casi siempre andando desde la calle Ayala a los campos de la Federación de noche con solo once años, todo el año. Al siguiente lo dejé y muchos años después jugué en equipos del fútbol modesto como el Papillón, el Bar Chachi o el Aldearrodrigo. Servía para matar el gusanillo, hacer algo de deporte los domingos en la mañana y compartir el postpartido con amigos.
Desde hace tres años y medio, mi hijo juega en la cantera de la U.D. Santa Marta. He revivido viejos tiempos, eso sí con cambios sustanciales como que muchos campos son ahora de hierba artificial; he conocido a padres y madres de los niños que juegan con él o en otros equipos, con muchos de los cuales me unen lazos de amistad, y fundamentalmente he tratado con personas que hacen del fútbol base su vida. A estas personas que hacen posible que centenares de niños y niñas jueguen al fútbol cada semana, independientemente del equipo en lo que lo hagan, quiero dedicarles este comentario. Sin ellos, sin su dedicación en la mayoría de los casos altruista, en una época en la que los recursos son escasos, sería imposible introducir a los pequeños en los valores del deporte. Unos valores, como el trabajo, la capacidad de superación, el respeto y el compañerismo que no debemos olvidar los padres, que en ocasiones no somos el mejor ejemplo para nuestros hijos. Unos valores que son más importantes que ganar o no un partido cada fin de semana.