Y me lo quería perder. 42 años sin entrar en un gimnasio. Más de cuatro décadas oyendo historias sobre ellos. Toda una vida resistiéndome a sudar innecesariamente entre cuatro paredes. Adiós a mis principios. Punto y final a una existencia en la que jamás me vería rodeado de gente sufriendo por voluntad propia. Se acabó. Me he apuntado.
El de mi barrio se llama "Iron Man". Así, en inglés, que parece que se te ponen los músculos más tonificados y el sudor huele menos. Es enorme, como los monitores. Y las paredes están pintadas de un verde horroroso. Como las monitoras.
El primer día fui con mi Eva, que es Cristina. Alucinante. Ella lleva años yendo a la cosa del músculo por el tema de su enfermedad de McArdle. Pero lo de la Glucogenosis tipo V lo dejo para otro día. El caso es que la madre de mis hijas me llevó al sitio este. De impresión, ya digo. Varias salas separadas por cristales y mucho espejo alrededor.
En una de las estancias una vuelta ciclista con música. La gente como loca pedaleando a toda leche mientras un tipo con un micro en la cara ?rollo Madonna- da órdenes -rollo La chaqueta metálica-. De miedo.
En otra intuía cómo hacían taichí o yoga o pilates o algo que parecía muy complicado por la dificultad con la que se movían las señoras que había dentro. Las posturas que ponían a mí me parecían igual de inútiles que de imposibles. Hay gente para todo.
Total, que mi chica me lleva a lo nuestro, a las bicicletas estáticas, a la cinta y a una cosa que me indica con un movimiento de cabeza y una voz misteriosa: "esa es la máquina mortal". Luego me he enterado que los monitores enormes y las monitoras horrorosas le dicen "elíptica".
Veinte minutos de cinta y otros veinte de bici. Eso es todo lo que hago cada mañanita antes de ducharme. Eso y ver la tipología humana. Un máster antropológico, antropomórfico y etológico me esto sacando. Aquí algunos apuntes: El tío que se pasa la vida en el gimnasio vayas a la hora que vayas, el grupito de adolescentes que quiere ponerse cachas, la tía flaca difícil de ver que quiere que la vean, la chica gordita que no te deja ver a la flaca aunque desee ser invisible, el cachas que se pasea entre las distintas máquinas que combinan almohadillas forradas de escay con hierros para esculpir su cuerpo en un subibaja entrecortado? y todos con su botellita, y todos con su toallita. Los de los músculos con un reloj para cronometrar el tiempo entre torturas. Los de adelgazar con auriculares para no escuchar la música infame del local. Unos y otros vestidos con la misma ropa comprada en el mismo Decathlon. Una mina para cualquier escritor. Un auténtico filón para dibujantes de cómic. Una concentración de seres paranormales en un espacio reducido donde ?una vez superado el shock- tienes que hacer un auténtico esfuerzo para no descojonarte. De la risa, digo.
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