"Entre caballones resecos amelgados sin igual?"
Estas letras son el inicio de una poesía que escribí a mi padre hace algunos años cuando comencé a ser consciente de mi realidad a través del sudor que brotaba de su frente.
Los caballones son los surcos que se hacen en la tierra de cultivo, mi padre es hombre de campo. Desde los 9 años ya cuidaba rebaños de cabras en Baños de Montemayor, provincia de Cáceres, a las que en ocasiones ordeñaba sin permiso para poder llevarse algo al estómago. Como muchos españoles pasó un tiempo en Alemania, 8 años donde entre nevada y nevada también tenía su huerto, ya de vuelta entre su trabajo se encontraba pasar los fines de semana sembrando y recogiendo el fruto de esfuerzo.
Hoy mi padre sigue siendo un verdadero ejemplo de cómo el hombre ama a la tierra, en ocasiones, sin ser correspondido, su hermano Juan dice que lo tiene todo, "tengo el cielo y el suelo", si no los conociera no daría crédito ni a este conocimiento ni a esta forma de ser, de hombre a hombre la gran mayoría somos infantes sentados en una mesa esperando a que nos sirvan, pero hay personas que no conocen los festivos, que hoy en día se calientan ante una chimenea de verdad, ¡cómo atrae la danza del fuego y su crepitar!.
En Baños, en esta parte del valle del Ambroz se oye el tañir de las campanas, el río de Baños riega con sus raíces en forma de acequias haciendo fértiles los terruños, en la Hombría, la Solana, Matagatos, el Montecillo, las Vegas, antes había perdices, conejos, jabalíes, garduños, ahora ya no, ahora no se siembra como antes.
Las manos de mi padre están agrietadas, son duras, marcadas por el zacho o azadón, por el rozón, por el rastro y el podón, admiro a mi padre por su entrega, su ojo y su mano son precisos al escudriñar la tierra, no hay mala hierba que se lleve bien con él; "el trabajo no mancha" ya lo decía Edmundo de Amicis en su magistral "Corazón", y doy fe de ello, hoy tiene 83 años y temo que nunca dejaré de ser su aprendiz de campo.
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