A esta ciudad le falta espíritu crítico. Solo así se explican los ultrajes y abandonos que reiteradamente sufre. Y no solo por lo que se refiere a las grandes decisiones, nacionales o regionales, que de forma sistemática nos discriminan. En las cuestiones que competen exclusivamente al ámbito local vemos una y otra vez que todo vale, que no se piensan las cosas antes de ejecutarlas y que cuando se mete la pata hasta el corvejón nadie mueve un solo dedo por rectificar.
Por citar un ejemplo que clama al cielo, ahí está, junto a su parroquia, la estatua dedicada al santo patrón de Salamanca, el pacificador de los bandos y hacedor de unos cuantos milagros que el callejero sabiamente ha perpetuado. Cualquier ciudad se siente orgullosa de sus grandes personajes y les dedica monumentos que mantengan vivo su recuerdo. Salamanca también. Pensemos en los ejemplos de fray Luis de León, Unanumo, Nebrija, el padre Cámara, san Juan de la Cruz? los grandes artistas del momento fueron requeridos para la realización de una escultura monumental acorde con el personaje y la ciudad.
San Juan de Sahagún fue un hombre fundamental en la historia de Salamanca, por eso se convirtió en su patrón. Antaño, para recordarle, los salmantinos que nos precedieron encargaron a Claudio Coello el enorme cuadro que hoy puede verse en el Carmen de Abajo, o pidieron a Marinas los portentosos relieves que se ven en la fachada de la iglesia que el padre Cámara ordenó levantar para que el patrón tuviese su templo. Una buena iglesia ecléctica de Vargas Aguirre, perfectamente insertada en las corrientes artísticas del momento. Había gusto e interés por hacer las cosas bien. Y se acudía a los mejores.
Al margen de estas y otras remembranzas, que llegaron de la Iglesia, la ciudad recordaba a su patrón con el relieve de la calle Pozo Amarillo. Pero como parecía insuficiente, en el año de la capitalidad cultural europea el consistorio acepta el medio regalo de una estatua horrorosa que provoca la indignación del que entiende y la burla del profano. Y eso que, según dicen las malas lenguas, antes de la fundición hubo que rehacerla en parte, que por lo visto el original hubiera aterrado a Mary Shelley más que su propia criatura. Esta imagen aberrante no tiene un solo pase y se resume con el canto al querer y no poder. Pero ojo, que en este caso la culpa no es de quien ofrece y ejecuta, que el derecho al protagonismo es legítimo para todos. La responsabilidad es de quienes en su día consintieron y hogaño mantienen.
No, no puede servir cualquier cosa en una ciudad que presume de ser culta y patrimonio de la humanidad. Para eso tienen que estar los asesores y a ellos hay que saber escuchar. Y de lo contrario, la prensa y la opinión pública deberían bramar ante tamaña afrenta al decoro urbano. Es insuficiente que por lo bajinis se reconozca a medias el error y se trate de aminorar el espanto que provoca plantando en semicírculo el elevado seto que se poda en vísperas de la fiesta, por eso de la ofrenda floral. Al alcalde debiera avinagrársele la sonrisa al ver cosa tan fea, pero mucho no parece afectarle, porque ni quita la estatua ni manda cerrar el círculo vegetal, que del mal el menos.
Ni Salamanca ni su patrón se merecen este adefesio, pero aquí todo el mundo calla y asiente mientras los foráneos se ríen. Si la ilustración pasase por quienes tienen que tomar decisiones retiraría esta y otras cuantas esculturas que son oprobio para la ciudad. Empezando por la del patrón y siguiendo por esa decena que desmerecen la historia y la categoría de una ciudad que se dice monumental.