Miércoles, 03 de julio de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
El Poeta de los Mil Sauces. Los ojos de las estatuas
X

El Poeta de los Mil Sauces. Los ojos de las estatuas

Actualizado 11/11/2013
Tomás Hijo

Como todo el mundo sabe (aunque no haya prueba alguna) sólo utilizamos el diez por ciento de nuestro cerebro. Con ese porcentaje hemos conseguido imaginar y construir bombas atómicas, revistas del corazón, concursos de cantantes y empanadas de beicon y dátiles. No quiero suponer qué habría salido del noventa por ciento durmiente.

Sea verdadera o no la estadística de rendimiento mental, me preocupa mucho más la posible infrautilización del alma. ¿Qué porcentaje utilizaremos de ella? ¿Habrá paridad en el uso del espíritu? A veces da la impresión de que no. De que hay seres plenos, conscientes, libres y felices que conviven como pueden con otros que se arrastran cabizbajos por los supermercados y dormitan sudorosos en los vagones de metro. ¿Será esto posible? No lo sé. Mi amigo César Álvarez llama Homo carrefour a estos seres cansados, indiferentes y grises, lo que no deja de ser cruel, aparte de tener gracia.

Sobre este problema de la desigualdad en materia de almas escribió como nadie el Poeta de los Mil Sauces. Mil Sauces (su nombre legal se ha olvidado) vivió en China bajo la sombra de la dinastía Han, la primera que confió la escritura al papel de arroz. Por una biografía esquemática que se conserva, sabemos que Mil Sauces era un verdadero desastre: cuando tomaba en la mano el fino pincel con el que dibujaba sus palabras, olvidaba lavarse, comer y dormir. Sólo las necesidades más vergonzosas lo obligaban a abandonar su pupitre, pero no su labor. Muchas veces se le encontraba acurrucado en la letrina dando forma final a sus pensamientos. No tuvo esposa ni amigos, y no hubiera sobrevivido sin la compasión de unos monjes cercanos que lo mantenían. Estos santos hombres, además, aseguraron la inmortalidad de su pensamiento, ya que atesoraron la obra del poeta tras su desaparición, una noche de truenos, en una taberna de mala muerte de Yangjiang.

El Poeta de los Mil Sauces trató el problema del reparto de las almas en una composición titulada Los ojos de las estatuas. En ella, aseguraba que el Día de la Creación, los primeros hombres recibieron un alma completa, perfecta, preciosa. Redonda y brillante como un pomelo amarillo puesto al sol. Esos hombres inaugurales fueron ocho (se llamaban Colibrí, Marido, Cuerno, Sábado, Se Va Por Ahí, Galleta de Arroz, Cuánto Vale, Ropa Vieja y Temblor). Todos, menos Galleta de Arroz, tuvieron hijos: cincuenta y seis en total. Todos recibieron igualmente su espíritu perfecto. Los cincuenta y seis engendraron cuatrocientos doce retoños. En seis generaciones más, hubo cien mil seres humanos en China. El Hacedor era incapaz de crear tantas almas nuevas, así que empezó a reciclar las de los hombres que morían. Nunca había suficientes, ya que el número de hijos (pese a las guerras y las pestes) superaba siempre al de difuntos. No le quedó más remedio que empezar a partir aquellas joyas que los hombres albergaban en el pecho y les daban el ser. Las golpeaba con el canto de la mano y colocaba un pedazo en cada niño que nacía. Esos niños eran menos clementes, menos alegres y menos piadosos, pero poblaban el mundo, y eran casi tan hermosos como sus padres. Y aun reían con frecuencia.

Pero el número de hombres no paró de crecer y el afanoso Creador (que es un dragón amarillo que bebe hojas de rocío en una hoja de ginkgo) fue haciendo, de las almas, pedazos cada vez más pequeños. Los hombres que los llevaban dentro crecían cada vez más mezquinos, sombríos y tristes. Tan pequeños iban haciéndose los trozos, que el Dragón Celestial fue perdiendo la vista en el esfuerzo de partirlos y al final se quedó ciego. En su tiempo (más o menos el primer siglo de nuestra era), Mil Sauces sospechaba que ya había muchos que venían al mundo sin un solo pedacito de espíritu: eran aquellos que engrosaban las filas anónimas de los grandes ejércitos, los que se apiñaban en las factorías, los que recogían arroz de sol a sol y se aletargaban después presenciando algún espectáculo deportivo. Seres ciegos a la belleza y la poesía: en el fondo, y siempre según el poeta, animales.

Un veredicto terrible el de Mil Sauces. Afortunadamente para sus lectores, hay un destello de de esperanza: a causa de su ceguera, el Padre Dragón extravió algunas esquirlas de un tamaño apreciable, aún brillantes. Estos trozos de alma aún circulan entre los mortales, cálidos y secretos, y laten en el pecho de algunos afortunados.

El maestro remata con un misterioso colofón:

Cuídate, querido amigo,

lo más seguro

es que uno de esos fragmentos

milagrosos y únicos lo tengas,

seas quien seas,

precisamente,

tú.

La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.

Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.

La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.

En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.

Comentarios...