A Manuel le han robado la casa. Bueno, tal vez era demasiado fea y desentonaba entre tanta belleza en piedra como tenemos en el centro de Salamanca. O puede que unos adolescentes frustrados, en su esfuerzo por pasárselo bien, se hayan echado unas risas demoliéndola. ¿Habrá sido uno de sus propios compañeros, harto de la buena educación y permanente sonrisa de Manuel, que no pegaban nada con una casa tan ridículamente modesta? Puede que haya sido una elegante señora de buena voluntad, que no soporta que nada esté fuera de sitio, ni en su casa, ni en casa ajena, ni en la calle.
Encuentro a Manuel, siempre pacífico, educado y sonriente, buena persona a ojos vista, hecho una furia, alterando con sus voces la paz de la calle Rosario, rompiendo y esparciendo el contenido de varias bolsas de basura por toda la acera. ¿Qué te pasa, Manuel?, le pregunto extrañado ante tanta violencia. 'Que me han robado los cartones donde dormía y los he encontrado en este contenedor, debajo de un montón de bolsas de basura'. Cálmate, hombre, que ya los has recuperado. Un par de señoras bienpensantes observan y preguntan con la mirada. Nada, que le han robado la casa y se ha enfadado. No me entienden y no tengo tiempo de explicárselo; sigo mi camino mientras Manuel, ya calmado, se dirige a alguno de sus rincones preferidos arrastrando su carrito y sus cartones, su casa. Hay unas cuantas docenas de manueles y manuelas en la 'Salamanca culta y limpia' que arrastran su casa cada día. De momento, un momento que dura decenios, no hay albergue suficiente para todos ellos en las noches frías que se avecinan, ni un plato de sopa caliente. No es cosa de la actual crisis, viene de lejos.