Acabamos de celebrar la fiesta de Todos los Santos. Un poco desfigurada porque la conmemoración de los difuntos casi termina por comérsela. Y, sin embargo, merece la pena hacer una reflexión sobre el sentido y el valor de los Santos en esta cultura y en este tiempo nuestro.
La corrupción parece que campea por todas partes. Eso puede hacernos pensar que la santidad es cosa del pasado y no de hoy. O que los santos están, y están bien, en los altares, pero que nosotros no tenemos nada que ver con ellos. A lo sumo nos acordamos de Santa Bárbara, de San Expedito o de San Judas Tadeo.
Y, sin embargo, si en todos los siglos ha habido santos, tendremos que reconocer que también hoy los sigue habiendo. Nosotros tenemos la impresión de que la corrupción domina por todas partes, de que este mundo no hay por dónde cogerlo, de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero ¿no será que el mal hace más ruido que el bien? ¿No abundan multitud de personas buenas aunque no se las note? ¿Cómo iba a poder salir adelante nuestro mundo si el abundante mal que contemplamos cada día no fuera compensado por la inmensa mayoría de gente buena que hace posible que la vida siga adelante con mediana dignidad?
Si abrimos un poco los ojos, al menos si están limpios con el agua pura de la fe, veremos al buen Papa francisco, al sacerdote ejemplar y generoso del la última aldea de nuestro campo, a la viejecita que reza cada día su rosario en el rincón de su casa, a la madre entregada sin descanso por sus hijos, al cuidador o cuidadora amorosa del enfermo, y a tantos y tantos otros que sostienen el verdadero bienestar de nuestro mundo.
Y por si acaso quedaran dudas de la existencia de buenas gentes, bastará levantar la mirada a la multitud de nuestros misioneros entregados, a veces hasta la muerte, que sirven a los más pobres y sencillos por todos los rincones de la tierra. Nos lo recordaba recientemente el pasado DOMUND. Y tampoco olvidamos a los abundantes colaboradores de las misiones o de Caritas, Manos Unidas y tantas buenas instituciones que acogen a nuestros santos de hoy, e siguen siendo inmensamente generosos en medio de la maladada crisis. Nuestro mundo, a pesar de los corruptos, sigue teniendo esperanza.
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