En esta Salamanca nuestra, tenemos un potencial de cultura, de sabiduría, de ilusión, de trabajo, de emprendimiento, fabuloso, pues no sólo somos Universidad, no sólo somos una pléyade de funcionarios y jubilados, somos, también, una ciudad de estudiantes, de trabajadores, de empresarios, de agricultores y jóvenes que buscan nuevas rutas para levantar una ciudad que se te mete por las venas y corre por ellas bañando todo tu ser.
Como en toda ciudad pequeña, aún se viven adherencias, pesadas losas que refutan esa realidad de vida, de potenciales, con una tradición sustentada por aquellos que tuvieron padres ilustres, probos ciudadanos bien preparados o suficientemente acaudalados, que no tuvieron suerte en la sesera de sus vástagos que, pese a su cortedad, pretenden y buscan recorrer el camino de sus ascendientes sin saber siquiera andar; eso sí, desdeñando, despreciando y perjudicando a aquellos que saben, pueden y desean salvar la ruina de esta entrañable tierra.
Que papá o mamá fuesen eminentes doctores, inmejorables letrados, avanzados arquitectos, fenomenales ingenieros o industriales, trabajadores insuperables, no siempre supone que la prole alcance las capacidades de sus progenitores. Uno de los problemas de la ciudad es que sólo los nacidos con esas condiciones alcanzan el liderazgo social y, cuando son dignos hijos, igualan o superan a sus padres y no precisan de exigir, para obtener la gloria, el reconocimiento; pero, cuando es el bacín el que por nacimiento exige, mueve, remueve, usa y mal usa a las "familias" y alcanza la alfombra roja, el daño que se ocasiona a sus prójimos, a la tierra, es terrible y la padecemos todos.
Salamanca no se merece, no debe de permitir, que esos mucílagos pútridos sirvan de freno, de limitación a la grandeza de una ciudad que tiene, por historia, por obligación, que sustentarse y ser liderada desde el saber, la ciencia, el esfuerzo y el trabajo real. Cuando los charritos seamos conscientes de ello y seamos capaces de sacudirnos la caspa que se posa en nuestros hombros para hundirnos y fortalezcamos aquellos botones charros de oro y plata que poseemos, esta tierra llegará a tocar el cielo, pues ya, en su día, así lo consiguió. Entre tanto, como nos sucede en el presente, seguiremos siendo los últimos de la fila.