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Las corresponsabilidades y la cordura
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Las corresponsabilidades y la cordura

Actualizado 30/10/2013
Fernando Segovia

A Herrera, a Arturo Mas, a Valcárcel, a los presidentes, a todos ellos en general, les pediría algo más de corresponsabilidad en las decisiones que conllevan sus cargos. Parece mayoritariamente prioritario defender lo propio haciendo caso omiso al interés "ajeno" sólo por que esté algo más allá de una frontera autonómica. Y ejemplos a miles.

Por citar algún caso de los múltiples que hay adonde escoger, conflicto reciente y pintoresco entre las denominaciones de origen del vino txacolí (reclamado en exclusiva por Euskadi) y el norte de Burgos (como si las cepas, tierras y climas entendiesen de fronteras entre lugares tan cercanos), conflicto sanitario entre la misma Euskadi y la Rioja por enfermos que buscan ayuda en el territorio de el lado más próximo, reclamaciones aeroportuarias entre comunidades vecinas (sobre todo uniprovinciales, como ahora hace Murcia que reclama ya su aeropuerto autonómico situado a una hora solo en coche del internacional ilicitano), carreteras que son mera continuación de otras de comunidades diferentes que cambian de rango, denominación, de firme, de velocidad, hasta de señalización entre los límites de una y otra autonomía. Policías, idiomas, tratamientos del paisaje, cartelones publicitarios de adiós o de bienvenida según llegues o te marches. Y así, un viaje entre el levante y el oeste peninsular, te parece eterno, variadísimo, internacional, mientras te desplazas, pasando por tres o cuatro comunidades diferentes. Esto acaba siendo de traca. Sólo necesitamos la barrera que suba y baje y cobre (en alguna otra parte está ya al caer) para que la frontera real se acabe notando. Todo se nos ha complicado. Lo hemos dejado complicar. Se nos debió ir de las manos. Y ya no hay dios que lo desmonte, temo. Hasta las comunidades tradicionalmente dóciles (la nuestra, la balear, la canaria) se levantan contra agravios y desigualdades. Y hasta se hacen las medio indómitas en algunas decisiones. Y luego las que se han estado enojando y promoviendo continuados espantes (y odios) contra el estado desde el comienzo constitucional, que de esas ya sabemos sobradamente. Y así que nos va. Algo habremos hecho mal. Rematadamente mal. O café para todos. O dejar bien sentado que el café sólo era para unos cuantos. O quitar la máquina cafetera central y apañarse con aquella proverbial achicoria (para todos, pero todos, eh) que tanto nos acabó sacando de problemas en las horas más amargas y aún relativamente recientes. Que alguien, alguno, dé un paso al frente. Que sea valiente y renuncie, que deje ya su sueldo mal ganado, que se baje de la prebenda y el oropel. Que se haga un héroe, por favor, le rogamos. Que diga que esto es una pura mentira y una farsa colectiva y nos intente devolver al estado, no ya de bienestar, sino de cordura. A la mesura. A que esto no se llegue a convertir en un estado de prerreconquista. Y aún saldrá alguno que diga que después de cinco siglos de "centralidad" ya era hora que cada territorio se busque su identidad cultural, su autogestión, su cabida en una mezquina Europa de regiones, de territorios con identidades propias y no sé qué más zarandajas por el estilo. Claro que en estos extremos, Europa dice ni fu ni fa (o si lo dice, lo hace bajito para no molestar). Para estados-estados ya se sobran Alemania, Francia, Reino Unido y, si acaso, Italia. Los demás, puras comparsas en este pedazo de fiesta montado. Y dentro de poco nos volverán a pedir el voto para seguir así. Lástima.

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