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Como el felpudo
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Como el felpudo

Actualizado 26/10/2013
Raúl Vacas

Pueden pasar y pisar. No importa que esta página esté recién fregada. Salten sobre las hojas de periódico extendidas sobre el piso, hagan que bailen en el aire pegadas a la suela del zapato, desordenen sus páginas y sus noticias, miren al dorso, descubran la doblez de cada cosa, su lado oculto y desconocido. Pónganse cómodos. Siempre es un gusto recibir visitas, sentirse acompañado.

Impriman bien sus huellas sobre el suelo de gres, sigan sus propios pasos como hacen en la playa, que todos sepan que estuvieron aquí, entre estas palabras. Llamen después a otras ventanas y a otras puertas para vengan muchos más. Corran la voz. Aquí se sentirán como en su casa.

Asómense a esta página como el muchacho que contempla el mundo por el ojo de la cerradura o como quien encuentra, en el fondo del pozo, el temblor de la luna y más abajo aún, tras las capas de piel que forma el agua, una moneda y un deseo.

Yo levantaré todos los sábados esta persiana para que la luz, tan necesaria en estos días, ilumine la estancia y alumbre con sus hebras nuestros sueños y nuestra pereza.

Aquí, detrás de esta pantalla, en el dorso de lo que ahora ven, sembraré mis dudas y certezas, las regaré con la lluvia de octubre, con lágrimas, con poesía. Aquí les dejaré mis arañazos y caricias, pondré a secar la piel como un lagarto al lado del pijama.

De vez en cuando gritaré -con todas las vocales- para afirmar aquello en lo que creo, para que el grito se haga líquido y llegue a todas partes, incluso más allá del mar que es el morir.

Prometo rehuir la prisa, el discurso fácil, la berrea. Le cantaré al amor, a la ciudad, a la verdad, a la cultura, al astronauta y a la rana. Pasearé junto a ustedes por plazas y jardines, dentro y fuera del poema, a pie de calle y a vista de pájaro o de lince. Será un paseo semanal con vistas pero no todo tendrá mi visto bueno.

Ahora, al terminar de recorrer estas palabras, apaguen el ordenador, la tablet, el móvil, la televisión y salgan ahí afuera, a esa gran escuela que es la calle y la vida, la real, la deseada. Sigan el consejo que ofreció don Miguel en su discurso de apertura del curso en la Universidad de Salamanca, allá por 1934: "Ya os lo decía yo cuando tenía treinta y seis y os lo repito ahora que tengo setenta: enseñar es ante todo aprender. En este sentido no hay pedagogía. El mejor frente para aprender no son los libros, sino el aire del mercado, del campo, del pueblo, de la gran escuela de la vida espontánea y libre". Con estas palabras de Unamuno, que he hecho mías, les doy la bienvenida a esta columna y a la vida. Como el felpudo de casa.

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