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Nombres y símbolos de exaltación (4): Ciudad Rodrigo
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SECUELAS VIGENTES DEL FRANQUISMO (XXXVI)

Nombres y símbolos de exaltación (4): Ciudad Rodrigo

Actualizado 12/10/2017
Ángel Iglesias Ovejero

No menos reveladora del franquismo vigente en la Ciudad es una placa erigida en los soportales del patio del antiguo Instituto de los Sitios

Los partidarios de la conservación de nombres y símbolos de exaltación nacional-católica suelen utilizar hasta la saciedad la coartada histórico-cultural como principal argumento. Lo señalamos hace ya varios meses al tratar de asuntos entonces de actualidad: el medallón de Franco en la Plaza de Salamanca, el Arco de Triunfo en Madrid, el Valle de los Caídos ("Secuelas", 19/01/17, 25/01/17, 01/02/17, 09/02/17, 18/05/17, 01/06/17, 15/06/17), y sobre todo al tratar de los tópicos más extendidos y el silencio más estridente de la "historia nacional" (02/03/17), así como en el anuario de Carnaval (2017: 417-422). A lo dicho entonces remitimos para no repetir demasiado sobre el sentido de estas manifestaciones ilegales en la toponimia, el callejero, los rótulos en paredes, las "cruces de los caídos". Su función es doble y complementaria: por un lado, seguir glorificando el triunfo del nacional-catolicismo e implícitamente banalizar la impunidad de los crímenes franquistas; y por otro, seguir contribuyendo a la negación y la humillación de las víctimas republicanas y sus descendientes. En esto consiste la "historia" que tales nombres y símbolos perpetúan, como puede apreciarse en Ciudad Rodrigo, que fue cabecera de la represión en toda su comarca. Las autoridades locales mirobrigenses muestran una sensibilidad que contrasta con las de otras corporaciones del pasado en el propio municipio y con las de otras localidades en la actualidad. Son de agradecer el monolito a la memoria de los represaliados en el Paseo de las Carmelitas (2008) y la placa dedicada a los ediles y otras víctimas en el Ayuntamiento (2016), cuya inauguración fue acompañada de sendos homenajes. Sin embargo, la política municipal de la memoria se queda corta, tanto en lo que atañe a la retirada de vestigios franquistas como, sobre todo, en el reconocimiento nominal de las víctimas. Esta actitud timorata es, de por sí, un efecto del franquismo latente en una mayoría de mirobrigenses.

Los rótulos murales en un par de iglesias civitatenses que ofendían la vista con el nombre de "José Antonio Primo de Rivera" han sido borrados, sin mayores problemas, gracias a la buena disposición del Obispado. En cambio, en el callejero mirobrigense sigue en vigor el nombre de un correligionario suyo en la "Avenida de Agustín de Foxá", cuyo recorrido se prolonga en la carretera de "las Serradillas", aledaña del antiguo monasterio de La Caridad, que, a raíz de la desamortización de Mendizábal (1836), pertenecía a su familia. Aparte de este discutible motivo no se conoce otro para que este personaje reciba el honor que figurar en tal denominación supone. Es escritor polifacético que se distingue por sus ideas antirrepublicanas y fascistas. Fue compañero del citado J. A. Primo de Rivera en la fundación de Falange Española y comparte la autoría del "Cara al sol" (que por aquí entonaban los victimarios fascistas a la vuelta de sus correrías macabras). Esto sucedió el 3 de diciembre de 1935, como debían saber los alumnos del primer curso de bachillerato en 1955: "(?) José Antonio reunió en un bar vasco de Madrid llamado "Or-Kompón" a la escuadra de poetas (?) José María Alfaro, Dionisio Ridruejo, Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Pedro Mourlane y el maestro compositor Juan Tellería" (J. García, Formación del Espíritu Nacional: 41).

Agustín de Foxá pertenecía a esa clase de señoritos terratenientes, con títulos nobiliarios (conde de Foxá y marqués de Armendáriz), que no necesitaban mancharse las manos para "defender lo suyo". No hace falta recurrir al tópico machadiano para decir que su característica principal no era la diligencia, sino la indolencia (perfectamente compatible con la altivez propia de los de su clase), pues uno de sus admiradores lo define como "el franquista indolente" (Emilio Campmany: http:www/cultura/historia/2015), insinuando que esto era lo mejor que podía hacer. No estaba en Ciudad Rodrigo en el verano sangriento y por tanto no tendría parte en la organización de la represión y, en concreto, de las eliminaciones extrajudiciales. En cambio, según testimonios, el recinto del antiguo monasterio sirvió entonces de local carcelario y, por la documentación procesal y los grafitos del claustro, consta que fue campo de concentración al final de la guerra, de los cual quedan (Iglesias, en Carnaval 2012: 371-380). Y desde el comienzo de la misma la citada avenida sería el ordinario camino para las ejecuciones clandestinas llevadas a cabo en aquellos parajes próximos al Monasterio. Así que, ciñéndose a la realidad, sería más adecuada al caso la denominación de "Avenida de los Represaliados del Franquismo". No parece que la osadía de la Corporación municipal alcance a una mutación necesaria para que deje de ser flagrante una injusticia comparativa: ningún nombre de víctimas o de colectivo de víctimas aparece en el callejero de Ciudad Rodrigo.

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Tampoco parece tener mucha prisa la actual Corporación por retirar o incentivar la retirada de un llamativo símbolo franquista que luce en una de las paredes del actual "edificio de Sindicatos", sito en la plaza de Herrasti, frente a la fachada occidental de la Catedral. Se trata de un yugo y unas flechas que ensalzan la memoria de los propietarios u ocupantes fascistas del Sindicato Vertical en la España de la Dictadura. Los amantes de antiguallas patrióticas verán en ese símbolo una manifestación más de la "historia". Pero la historia de verdad, que fue la represión, brilla precisamente por su opacidad y silencio en los murales. Los fascistas, que previamente habían colonizado el antiguo cuartel de la Bomba (infra), se instalaron allí, desalojando a las familias pobres que la Gestora nombrada por el Frente Popular había instalado en la desafectada Comandancia de Ingenieros, sin que se hubiera llevado a cabo el proyecto de adecuarla para la construcción de dos escuelas. En julio de 1937 el alcalde militarista Fausto San Dámaso encargó el desahucio de los vecinos (presuntos desafectos al Movimiento) al jefe local de Falange, Agustín Calzada, que no se hizo de rogar. En el pataleo verbal con que fue recibida esta medida por parte de los vecinos desalojados se distinguió Francisca Álvarez López (a) "la Patacona", de 36 años, casada con Gregorio Zamarreño Barés y madre de cinco niños. El objeto directo de su desahogo fue una vecina derechista, Guadalupe Ripoll, que la denunció por ello (Ciudad Rodrigo, 16/07/37):

"(?) Que con ocasión de haber sido mandado desalojar un edificio que durante el mandato del Frente Popular había sido mandado ocupar como vivienda por personas afectas al "Frente Popular", cuyo hecho tuvo efecto el domingo 11 de los corrientes, la vecina del citado edificio, conocida por Paca "la Pacotona", le dijo a la declarante: "Ahí te queda el edificio para que te recrees bien en él, en el que he meado y cagado bien; pero poco tiempo te ha de durar", como dándole a entender con ello, a juicio de la declarante, que el Glorioso Movimiento Nacional no estaba completamente claro y que volvería el triunfo del "Frente Popular" (C.1501/37: f. 3).

Más que por la grosera referencia maloliente de la despedida, la denuncia surtió efecto por la escasa fe en el triunfo "nacional" que se desprendía de la coletilla de acompañamiento. Y Francisca, que presentaba un perfil de desafecta al Movimiento casi tan marcado como el de Martina Iglesias ("Secuelas", 27/09/2017), fue detenida antes que ésta, procesada y condenada a seis años de prisión (Iglesias, Represión franquista: 543-544). La historia carcelaria de Francisca Álvarez se inició con su ingreso en prisión en la cárcel del partido judicial (16/07/37), entregada por Carabineros, en concepto de detenida a disposición del juzgado militar nº 2; el 18 de noviembre siguiente fue conducida a Salamanca para asistir al consejo de guerra, regresando el mismo día de tarde; el día 12 de abril de 1938 fue entregada a la Guardia Civil para su conducción a la Prisión Central de Mujeres de Saturrarán (Motrico, Guipúzcoa), a la que llegó al día siguiente, como la citada Martina. Y como ésta llevaba en su compañía "una niña en lactancia, que según manifiesta tiene 16 meses y es hija suya" (AMRC, 211-3-0). De eta niña y de sus cuatro hermanos no se tienen otros datos.

El significado actual de este emblema es la apropiación de un espacio que ya no le pertenece. Hace falta tragaderas para que los socios de las CCOO y de la UGT, actuales inquilinos de la casa, se cobijen a la sombra de semejante escudo, que constituye una clara referencia al Fascismo. Algo similar quizá suceda con los vecinos, propietarios o inquilinos de "las casas del uranio", cuyos edificios fronteros son portadores de símbolos y grafismos franquistas, cuyo sentido fascista se expresa de forma redundante. El nombre de "la Avenida de España" (repetido) va precedido del emblema del yugo y las flechas y seguido de otros símbolos franquistas, que en su conjunto concuerdan semánticamente. El yugo corona una esquemática casa apoyada en las iniciales INC (Instituto Nacional de la Vivienda); del otro lado del nombre de la calle aparecen tres elementos análogos, alusivos a "los productores" (trabajadores de los Sindicatos), cuyo soporte simbólico no es del todo claro (variable): quizá una espiga (o una herramienta), un martillo y otro elemento que puede representar una cadena, un canalón de tejado, dos reglas paralelas, una llave inglesa, etc. De una manera explícita, esta misma disposición se observa en un letrero fijado en la pared lateral de otro edificio. Los citados símbolos laterales traducen gráficamente el nombre de la instancia constructora (Delegación Nacional de Sindicatos) y la designación específica del grupo de viviendas (Nuestra Señora de la Peña de Francia).

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La combinatoria de los tres elementos verticalmente añadidos a la derecha del rótulo es muy significativa del nacional-catolicismo, plenamente desarrollados en los años cincuenta, aunque no comprobados en Ciudad Rodrigo y su entorno. Se superponen e imbrican en una equis o cruz en aspa (X), de tal manera que el martillo (elemento de la simbología comunista), prolongado hacia abajo constituya una erre griega (P), formando así las letras iniciales del nombre de Cristo en griego (XP), es decir el crismón o monograma de Cristo, que en la época del emperador Constantino (S.IV) vino a sustituir al lábaro del ejército romano. A veces en lugar de la P (la erre griega) se utiliza la tau (T, evocadora del Trabajo o los Trabajadores), cuyo resultado final es una figura simbólica que no es otra cosa que una variante del famoso "Víctor". Como es sabido, Franco se apropió este símbolo, gracias a la ayuda de sus hagiógrafos y peritos en emblemática fascista, que se arreglaron para que su propio nombre se convirtiera en metaplasmos (o remodelación) de esta combinación (Iglesias, en Carnaval, 2013: 455-466).

No menos reveladora del franquismo vigente en la Ciudad es una placa erigida en los soportales del patio del antiguo Instituto de los Sitios, dedicada a 21 muertos en el frente "nacional" entre 1936 y 1939. El listado va precedido de la introducción "Gloria y honor a los alumnos caídos por Dios y por España". Está flanqueado a la izquierda y de arriba abajo por la palabra "Presentes" y por una cruz. Más que el listado en sí, la injusticia comparativa resulta del lugar en que está. Desde 1932 el antiguo cuartel de Artillería o de la Bomba se había empezado a habilitar como instituto nacional. En el verano de 1936 las Milicias Fascistas instalaron allí su cuartel, que no sólo sirvió de local carcelario para las detenciones ilegales y clandestinas, sino que allí se organizaban las expediciones macabras (sacas), unas veces directamente, otras con el paso previo por la cárcel del partido judicial. La calificación que daba el Paje del Obispo o Vice-Secretario de Cámara del Obispado, Blas Rodríguez González, a las oscuras operaciones que allí se organizaban y a quienes las dirigían no podían ser menos laudativa, a juzgar por su declaración en 1938:

(...) Que sin imputar hecho alguno al señor Calzada, al que de muchos hechos lo cree ignorante, a su juicio estima que en los días a que se retrotrae esta declaración se cometían hechos que no merecen más calificación que de actos de barbarie, que se conocen en general en todo el partido y han producido poco beneficio y honor para sus ejecutores (C.2133/37: f. 427).

El Paje del Obispo sentía vergüenza ajena en 1938. Entonces se consolidaba un estado antidemocrático ¿Qué deberían sentir hoy los electores y los elegidos municipales ante una exhibición de triunfalismo franquista en el espacio donde numerosas víctimas fueron embarcadas para el viaje sin vuelta?

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