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El peluquero
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El peluquero

Actualizado 19/11/2016
Juan Ángel Torres Rechy

A Esperanza

El Sr. Juan Ángel Torres Herrero ha emprendido la invaluable y placentera labor de redactar una Enciclopedia de las artes y los oficios. Su trabajo se reviste de interés por acopiar y ordenar el conjunto de las disciplinas, mediante un tratamiento humanístico dirigido a poner de realce el entramado subyacente a cada actividad, algunas veces médico, otras algebraico, o incluso místico. A continuación, con su debida licencia y con nuestro agradecimiento por su generosidad, presentamos un extracto de su entrada sobre el Peluquero.

El Peluquero ocupa un espacio distante y cercano en el territorio del individuo y la sociedad. Su labor se reviste de un misterioso ser que por partes iguales actúa sobre el interior y el exterior de la persona. El hombre diestro en el acicalado del cabello, el bigote y la barba incide en la conciencia del cliente, mediante un despliegue narrativo similar al de la terapia psicológica.

No han sido las aulas universitarias ―legitimadoras del conocimiento humano ante las naciones, y supuestas garantes del posicionamiento jerárquico en un mundo donde se encuentran en tensión la ansiedad por conseguir títulos académicos frente a otras formas de éxito al margen de las instituciones de enseñanza superior―; no han sido los centros de investigación, decimos, los que han forjado el dispositivo hermenéutico con que el peluquero interviene en el alma del sujeto, sino que el natural bagaje de las conversaciones durante el tiempo de ejecución de su oficio lo ha dotado de una sabiduría sui géneris. Como en los relatos hagiográficos, de donde extraemos ejemplos de vida para la imitación y el crecimiento personal, el torrente de conocimiento con base en la narrativa autobiográfica oral inviste al peluquero de una autoridad indiscutible. Además, tal capacidad privilegiada de operar sobre el discurso en conversación con el cliente se pone de realce por la disposición espacial de los elementos de la estructura.

Ubiquemos la situación que envuelve al peluquero y al cliente, describamos su cartografía luminosa. Nuestro amable peluquero ocupa una posición estratégica. Provisto de sus adminículos punzocortantes, se eleva como ciprés a un costado del usuario al tiempo que lo retiene en el cautiverio delirante de una silla giratoria, aprisionado por las mil reproducciones de su imagen multiplicada ad nauseam por los espejos. Domina los diferentes ángulos y las perspectivas de la escena. Sin embargo, el ejecutante de la liturgia embellecedora somete el movimiento con un par de manos y cual torero triunfante en la Plaza de toros Monumental de México o en Las Ventas regala a los cuatro vientos una flamante sonrisa y toca al usuario con un encanto de quietud y confianza.

El peluquero | Imagen 1Se abre el espacio físico y el psíquico y se despliega la narrativa autobiográfica del intervenido. Se desarrolla el relato de vida, y el peluquero, posicionado en un lugar inestimable, en virtud de su sitio cercano al oído de su interlocutor, sabrá poner las palabras con un número de sílabas exacto para producir sus operaciones psicológicas milimétricas, cuyo rastro quedará en la expresión facial del cliente, cual gota de rocío sobre una flor después de una noche serena.

La operación tendrá un efecto contundente cuando la mirada recaiga con énfasis no ya en la interioridad del tejido lingüístico, sino en un estupendo corte de cabello rejuvenecedor. Ocurre un proceso alquímico, a la manera del buscado por tantos hombres del pasado y el presente, como el médico Zenón (s. xvi) de la obra de Marguerite Yourcenar.

Seguros estamos de que ambos personajes concluirán su intercambio comercial-humanístico de forma gustosa y placentera. No debemos olvidar que así como el Peluquero, existe un sinnúmero de personas que sin darnos cuenta forman parte importante de nuestro devenir.

De nuevo, agradecemos este adelanto de la Enciclopedia de las artes y los oficios de Torres Herrero, y esperamos contar con más entradas en el futuro. De corazón, gracias.

Pintura de Amedeo Modigliani, «Juan Gris» (1915), óleo sobre tela.

Imagen recogida de www.wikiart.org.

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