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Cómo Lázaro escuchó la vida del su guía y auriga
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VIAJE Y RESURRECCIÓN DE LÁZARO DE TORMES

Cómo Lázaro escuchó la vida del su guía y auriga

Actualizado 22/01/2017
Redacción

Segunda entrega de la novela del escritor Quintín García sobre el pícaro personaje

Tractado Segundo

CÓMO LAZARO ESCUCHÓ LA VIDA DEL SU GUÍA Y AURIGA

Una vez los pequeñuelos ausentáranse en busca dotras novedades, logré del mozo guía en tan bucólico paraje olvidárase un momento de su labor de ilustrarme con piedras e historias antiguas y nuevas de aquesta ciudad y hablárame con el relato real de su vida propia, cosa a la que yo he sido gustoso desque la mía en plazas y soportales fuera publicada. Así enteréme que, como yo, fuese infante de pueblo, de Pedrosillo el Ralo, de La Armuña, zona de tierras de labrantío. Y que allí pasar su niñez entre letras de escuela y ardorosos soles en la recolección de ricos garbanzos y lentejas, que ricas son en verdad cuando en el plato se hallan (tan sólo una vez probáralas, pues trújolas el moreno amante que a mi madre y a mí alimentaba por amores), pero del dolor de reñones han de ser sacadas para su arranque. Contóme ansí mesmo que aún mozuelo separarse hubo de sus padres e iniciar vida propia en la ciudad para que estudiara con un tío clérigo en el colegio de los Agustinos Recoletos. Aquí paró discurso y vergüenza paralizárale a seguir, e invitábame de nuevo a visitar por extenso la ciudad, ya que buen sol de mayo relucía las piedras y las mejillas calentaba. Insistirle hube de que relato de su vida continuara, que más delyte a mí me diera que piedras y fachadas. Y en cumplimiento de lo por mí pedido, tomara luego el hilo de su conversación.

Como mal le fuera en el colegio antedicho por cosas que el pudor obligábale a callar, decíame mientras sus ojos andábanse por el suelo, salióse dél y fuese a trabajar de mozo peón a la construcción de casas de mucho lujo en un lugar que le dicen Valdelagua, con cuadrilla del pueblo principal de Villoria que llaman Los Pindoques. Tocóle, a pesar de sus pocos años, trabajos de sol a sol con gran quebranto de su salud, y muchas hambres y penalidades de las que moría malamente, y muy poco pago dábanle, porque sólo aprendiz era, y las leyes así lo dictaban en beneficio del su patrón y dueño de Valdelagua, especulador famoso del arte nuevo de los negocios inmobiliarios, que a todos los de la cuadrilla contrataba. Mas alcanzábale el pago para algo comer en caliente y dormir en mísera pensión hasta el día y fecha que patrón a todos despidió, pues los jueces pararon las obras por malas mañas de regidores y constructores. Acabóse lo caliente y cayó en flaqueza tal que hubo de regresarse con sus padres que le remediaran. Mas ya garbanzos y lentejas para todos, padres y tres hermanos, no llegaran, y otras labores allí no hubiese sino estarse a la solana con los viejos del lugar, o en la cantina envenenándose de malos vinos, o hurtando.

Pasadas que fueron unas buenas fechas, el maestro de escuela que las letras enseñárale acertó a colocarle de mozo de carga en la parada que dicen de los ferrocarriles, y si antes habíale cogido lluvia, ahora tempestad, y de duros pedriscos. Acaeciéronle allí muchos sinsabores de los que por la priesa sólo he de relatar la pelea de honor que mantuvo con un su oficial y jefe, un tal Celedonio, que Dios haya confundido, natural de Alcalá de Henares, que hacía ostentación ante el mozo de que en su pueblo propio pusiérase la primera Universidad y sus gentes fueran las más sabias del Imperio. Herido en su orgullo el mi guía, y tantas veces oidor que fuera Salamanca la cuna de la Universidad, del saber, del arte y de los toros, discutióle y argumentóle por acá y por allá, mas sin éxito ninguno y con gran ruido de voces e insultos, hasta que llevadas por el fragor de la batalla las palabras, como suele acontecer, convirtiéronse en capones y puñadas entrambos. Al ruido de voces y rodillazos salieron dotras estancias compañeros del viperino oficial que al mozo frieron a palos, y la dirección castigóle sin pago y expulsóle por propasarse contra la auctoridad. Y de nada le valiera quél se defendiese en tribunales diciendo que cuanto había hecho, por honor y defensa desta ciudad fuera, y de su fama de culta, aunque él no llegara nunca a terminar el título de las primeras letras, por mucho que en Salamanca vivía y por delante de sus aulas pasara uno y mil días.

Escarmentó el buen mozo y dende en adelante con zalamerías y halagos cuidó a cuantos oficiales tuvo en un mercado de nombre mayúsculo, Carrefour, de seguro extranjero, que de cuanto puede venderse mercadea, en tarea arrimador de carrucos; y en una casa de préstamos de dineros ajenos a cuyas auctoridades cuidó con esmero a pesar de ser por todos eslomado en sus trajines, vapuleado y sin beneficio propio. Pero plugo al cielo que tan sumiso comportamiento le llevara a buen puerto y con hábiles manejos que su azarosa vida habíale enseñado, alcanzó a entrar de conductor de carruajes en el Ayuntamiento, prenda bien segura, para orgullosos regidores y aún, a veces, para su Señoría el Alcalde, de quienes aprendiera sus presunciones y malas artes, o buenas, según el ojo y el bolso de quien las mire. Y ahora contento está de servir a los buenos, decíame y repetíame con ojos de pillería, con trabajo nada laborioso de porteador de personas afamadas, pues muchas son sus horas mano sobre mano esperando que sus dueños acaben inauguraciones o fiestas de las que hácense luego eco las gacetillas de la ciudad. Mas mucho ha de morderse la lengua para no echarse a perder, y aún atragantarse a veces de no decir ni pío de cuanto ve y oye, que en boca cerrada no entren moscas, sobre prebendas a constructores amigos de auctoridades, o de dulces propinas que cabe las mesas extravíanse, o cenas en el campo para trasegar votos y débiles voluntades políticas como hacen con el mosto los vinateros, quen llegando elecciones para auctoridad, todas hierven y ablándanse en demasía, y múdanse de color, porque igual sea el blanco quel negro si al final gris sale el resultado y los mesmos perros son con distintos collares. De maravedís no llora, si acordarse debe de otros tiempos y gentes que como él vivió siguen viviendo, pues de las arcas públicas bien se saca, y sea regular y asegurado el pago, y permítele llevar adelante a su camada y algún que otro capricho para la su esposa, que peligrosas son la mujeres si no son mimadas, por cuanto muchas sean las sacristías en esta ciudad de Salamanca, y muy traicioneras, como a mí ocurriérame allá en Toledo. Mas desto no le hablé por no le levantar negras imaginaciones.

Estábame contando estas cuitas de su intimidad cuando a repique tocaron las campanas y campaniles, y en busca de sus cánticos celestiales fijéme en las sombras doradas quel sol hacía ya en las torres de la catedral y otras iglesias que desde allí tantas se divisaban y por ellas supe la hora y cuán poco tiempo íbame restando para mis fines principales por lo que vine. Así que díjele a mi auriga y guía: jugosas son y muy provechosas sus desventuras, mozo, y dellas más aprendo en esta mi resurrección que no de las nonadas que a hombres de Letras antes escuché en el aula, y votos hago para que auctores hoy dellas aprendieran y también a vos escucharan para ilustrar sus fábulas con los comportamientos de bellacos y galloferos que hoy existieran, a lo que veo como entonces, o más si cupiera; mas démonos priesa, mozo, que las horas del día ya se avanzan e impórtame llegar con luz a ver la ribera del río donde me pariera mi madre en una aceña.

-¿Es que no quiere visitar más monumentos siendo como es usted una persona culta y miembro de Congresos? -díjome con reverencia.

Y añadió un punto extrañado y hasta confuso:

-Pues perdone, señor, sepa que otros que vienen a Simposios y Jornadas no hacen otra cosa que pasearse por palacios, plazas, restaurantes y catedrales. En fin, usted perdone... Le recuerdo que aún nos faltan por ver las mejores joyas de esta ciudad: su Plaza Mayor, la fachada de la Universidad, sus dos Catedrales, la Clerecía, convento e iglesia de San Esteban...

-Júrole, mi buen amigo, pues que en vida le veo semejante a mí, que de piedras bien puestas y vacías hartéme ya y bástame con esta ración; y de glorias artísticas siglos llevo alimentándome en mi Limbo donde muchas haya, y aún diríales que las glorias llenan los sentidos de vacíos espejismos y contentos pasajeros, mas no los estómagos y el corazón, y por cosas del corazón nunca cumplidas aceptara yo esta invitación para encontrar memoria de mi padre y madre según la carne y revivir los mis primeros años.

Fotografía: Jesús Salinas

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